Las consecuencias inmediatas que deja el cierre de la carretera Panamericana a la altura de Rosas, en el Cauca, se sienten con rigor en el suroccidente del país y repercuten en el resto del territorio nacional. Lo que aún no se dimensionan son los efectos a largo plazo de un desastre que era previsible y para el que no se vislumbran soluciones rápidas.
Han transcurrido doce días desde que se presentaron los deslizamientos de tierra en el kilómetro 75 de la vía más importante que comunica al sur del país y a Colombia con el resto del continente. El traumatismo generado afecta el transporte de carga, de pasajeros y particular; es un golpe a la economía nacional y a su comercio internacional, y significa el aislamiento de regiones que viven de la producción agropecuaria o dependen de lo que les llega desde el interior de la nación, incluido el suministro de combustible.
El desabastecimiento es evidente en Nariño, Cauca y el Valle, así como lo es el incremento de los precios en productos que son esenciales para la canasta familiar. Es prematuro hablar de cuánto suman las pérdidas, pero se sabe por ejemplo que la industria vallecaucana, para la que el mercado ecuatoriano representa el 13% de sus exportaciones, deja de percibir a diario un millón de dólares por ese concepto.
Las soluciones de urgencia, como el uso de vías terciarias por rutas que atraviesan los departamentos del Huila o Putumayo para llegar a Pasto y a la frontera, significan triplicar los tiempos de desplazamientos, con los consecuentes sobrecostos, y son intransitables para vehículos de carga. Además, sus precarias condiciones han expuesto a la luz pública el real significado del abandono estatal en las regiones más apartadas y la indiferencia del centralismo con la provincia.
Dos semanas después, lo más grave es que no se percibe un pronto arreglo para el cierre de la Panamericana, ni mucho menos una solución definitiva, que pasa necesariamente por realizar un nuevo trazado de la carretera. Como la vía está en zonas de fallas geológicas o de alto riesgo, mantener la ruta actual significaría permanecer expuestos a desastres como el que hoy padece el suroccidente colombiano.
Los cambios que requiere la infraestructura implican destinar recursos multimillonarios y que el Estado central muestre una verdadera voluntad para gestionar las obras. Si se tiene en cuenta que proyectos como el de la ampliación de la vía Panamericana entre Cali y Popayán llevan más de una década sin entregarse y el de Popayán a Pasto ni siquiera se ha concretado, es difícil considerar que una desviación de la carretera en el sector de Rosas sea realidad en el mediano plazo.
Ello sin contar con las condiciones desmesuradas que pueden poner algunas comunidades de la región, como ya lo han manifestado, o las trabas por las licencias ambientales, lo que se convertiría en obstáculos adicionales.
La incertidumbre sobre el tiempo que permanecerá cerrada la Panamericana no se despeja aún. De no encontrarse soluciones provisionales pronto o si no se define cuanto antes la definitiva, los costos económicos y sociales para el Valle, Cauca y Nariño serán desastrosos y repercutirán en el resto de Colombia.