Con un resultado que no deja lugar a dudas, el candidato de la coalición de izquierda venció al representante de la derecha, marcando un hito de grandes proporciones en la historia moderna de Chile. Fue otra etapa de la transformación que está experimentando el país austral, en la que, además de la presidencia, se juega el futuro de su democracia.
Gabriel Boric se llama quien ganó las elecciones del pasado domingo. Con 35 años, el que fuera uno de los más prominentes dirigentes de las protestas sociales de los últimos años armó una coalición encabezada por su partido Convergencia Social en la que el Partido Comunista tuvo un papel importante. Con ella derrotó a José Antonio Kast, figura de la derecha recalcitrante que refleja aún las directrices de Augusto Pinochet.
Fue una confrontación de extremos que se resolvió por un amplio margen 55% a 44%, a favor de Boric. Y si bien en la primera vuelta se produjo una confrontación frontal entre esos extremos, los candidatos cambiaron de manera radical su mensaje en la segunda para convencer a los partidarios del centro y de los matices que no están de acuerdo con esa polarización basada en argumentos que de una y otra manera intranquilizaba a los chilenos.
En medio de esa batalla ideológica, lo claro era el deseo de cambio de los chilenos, cuyo antecedente más próximo está en la asamblea constituyente que está en desarrollo. Fue la concreción del ocaso que experimentan los partidos tradicionales, los que sucedieron la dictadura de Pinochet y durante 30 años mantuvieron la Constitución que se acordó al final del gobierno del general.
Pero también fue la expresión del propósito de cambio a las políticas neoliberales que causaron las revueltas del año pasado contra unas directrices que ataban las manos del Estado para ser más protagonista y atender los profundos conflictos sociales que se gestaron en medio de una economía próspera. Ese viento de cambio, que si bien no tiene una dirigencia clara, bastó para producir lo que sin duda es una renovación de la política chilena.
Ahora, Boric deja de ser el líder de la protesta y debe dar los primeros pasos como gobernante. Los temores son muchos, en especial, por el protagonismo que le entregue al Partido Comunista, su aliado, y el temor al regreso de las decisiones que tomó Salvador Allende y dieron pie a su derrocamiento, a la división de la sociedad chilena y a una dictadura cruel. Ese antecedente está en la cabeza de quienes apoyaron a su rival Kast y de muchos de los chilenos, como lo reflejan de manera nítida los cambios en el mercado de capitales y la devaluación súbita de su moneda.
Frente a todas estas inquietudes, el nuevo presidente deberá actuar pensando ante todo en el bien común de su nación. El desafío es producir las reformas que le piden quienes lo acompañaron como representante de las nuevas generaciones y del cambio sin que ello signifique la imposición de ideologías o de decisiones que destruyan lo que Chile ha construido en 30 años de política basada en el respeto a las libertades, a la democracia y a la convivencia.