“Me trajiste al mundo sin mi consentimiento. Nunca me lo consultaste. Nunca indagaron si yo quería. Pudo suceder que ni siquiera te importara a quien llamaría papá o a quien mamá. O si de entrada me debía considerar ‘huérfano de padres vivos’. No importaba. Querías hacerlo, debías hacerlo, porque el medio te lo ‘exigía’. Querían conocer la ‘pinta’. O querías proyectar toda la ternura guardada que nunca pudiste expresar. O sencillo, debías demostrar que tu sí podías, papá o mamá, que los estándares sociales no te quedaban grandes.

De pronto, fui concebido o por accidente, por equivocación, porque la tecnología falló y el condón se rompió. ¿Alcanzaste a dudar de la ‘otra’ parte de mi gestación, ¿será mi hijo? ¿Será este el padre?

¿También estuvo la idea de proyectarte más allá de tu vida, de ‘mirarte’ en un espejo y saber cómo eras tú a través de mí? Querías tener futuro contando conmigo. O, de pronto, la vejez te aterraba, la soledad de los ancianos, te paniqueaba, entonces un seguro-hijo era el mejor bastón para enfrentar ese fantasma. Claro, como debía cumplir tus expectativas, debía ser un empleado de tus ilusiones, mi capacidad de libertad, era nula. Debía ser una proyección tuya. Y si las cosas no las hago a tu manera, me convertiría en una carga, en un fraude. Puedo ser tu frustración que camina con dos piernas. Soy tu hijo como programa de vida tuyo, como parte de las tareas de tu vida, pero en mi concepción muy seguramente no hubo la posibilidad de imaginar lo que yo hubiera deseado.

Por eso te pregunto, ¿para qué se concibe un hijo? ¿Para satisfacción totalmente egoísta tuya? ¿El hijo es una herramienta para los padres? ¿Somos el motor de vida de los papás? ¿Lo que los mantiene unidos? ¿Aquello que los hace responsables? Me trajiste a este mundo que no maneja una pizca de solidaridad, que destruye el medio ambiente, donde los líderes necesitan vivir en guerra, donde el dinero es más importante que el afecto, donde el poder es el valor más apetecido, donde los seres humanos se ahogan en los mares buscando mejor vida, donde lo diferente se excluye o estigmatiza, me concebiste siendo consciente si ¿valía la pena? ¿Si yo quería?

Entonces, hoy te preguntas ¿para qué vivo? ¿Cuál es el futuro para un joven de 15 años? ¿Cuál es su esperanza? Todo está contaminado de frustración. Pero es tu mundo, papá, mamá, el mundo que me fabricaron para vivir, el que heredo, mi legado. Todas aquellas fortalezas que pudieron alimentar tu vida de adulto, estudiar, casarse, tener vivienda, tener empleo, formar familia, todo, absolutamente todo es relativo y termina en cualquier momento.

Lo estás viviendo tú, pero no construyes o imaginas futuro para mí. ¿Para qué me trajiste a este mundo? ¿Tienes respuestas para mis preguntas? ¿Para mi futuro? Pareciera que me tocó vivir en un mundo sin esperanza. ¿Qué me ofreces? ¿De qué puedo asirme para encontrar sentido a la vida?”

Es una imaginaria carta de un joven a sus padres, desgarradora, pero muy cierta. ¿Qué les estamos ofreciendo como sentido de vida a las nuevas generaciones? ¿Para qué viven? ¿Tendrá esto algo que ver con el suicidio, la droga, el fentanilo, la intolerancia? ¿Para qué concibes un hijo? ¿El mundo de la desesperanza? Como en ‘las mil y una noches’ continuaremos. Tantas dolorosas preguntas…