Un amigo me dijo hace poco que “es mejor ser la mejor persona que ser el mejor”. Esta frase encapsula un profundo mensaje sobre la esencia de la convivencia humana y el desarrollo de una sociedad más armónica. Este principio puede ser el eje central de una transformación en la educación y en las interacciones cotidianas, poniendo en primer plano la importancia de las habilidades blandas sobre las duras. Las habilidades blandas, como la comunicación efectiva, la empatía, la capacidad de negociar y resolver conflictos, son fundamentales para fomentar una sociedad más unida y comprensiva.

Vivimos en una época de grandes cambios sociales, donde la urbanización ha llevado a que más personas vivan físicamente cerca unas de otras, pero paradójicamente más aisladas. Los bloques de apartamentos y las comunidades cerradas son símbolos de proximidad física, pero no necesariamente de conexión o unidad social. Este fenómeno resalta la necesidad de fomentar una cultura de colaboración y cuidado mutuo, inspirándonos en ejemplos como el de Japón, donde la comunidad asume un rol activo en la educación y el respeto mutuo trasciende las barreras generacionales.

Un estudio de McKinsey en 2021, resalta cómo la pandemia ha acelerado la necesidad de habilidades sociales y emocionales en el entorno laboral, subrayando la importancia creciente de la empatía y habilidades interpersonales en nuestras sociedades. Esto nos señala un camino claro: la necesidad de valorar y fomentar las habilidades blandas, tales como la comunicación efectiva, la empatía y la capacidad de colaboración, no solo para el éxito individual, sino como pilares fundamentales para el desarrollo comunitario y la cohesión social.

Ejemplos históricos y contemporáneos demuestran el poder transformador de la empatía y la colaboración. La historia de Claiborne Paul Ellis y Ann Atwater en Durham, Carolina del Norte, muestra cómo la colaboración y el entendimiento mutuo pueden superar décadas de prejuicios y odio. De manera similar, la acción de la Congresista Cori Bush, impulsada por sus propias experiencias de vida, destaca cómo la empatía social puede llevar a cambios políticos significativos que benefician a comunidades enteras.

Sin embargo, para que este cambio sea posible, es esencial adoptar un enfoque educativo que priorice el desarrollo de habilidades blandas desde una edad temprana. Programas como ‘Roots of Empathy’ en Canadá han demostrado cómo la educación emocional y la inteligencia empática pueden reducir el acoso escolar y mejorar el rendimiento académico, sentando las bases para una sociedad más inclusiva y comprensiva.

Esta necesidad de cambio no es solo una cuestión de mejoramiento personal o profesional; tiene implicaciones profundas en la reducción de costos sociales, desde la disminución de la violencia hasta la mejora de la salud mental comunitaria. La inversión en habilidades blandas y en la construcción de comunidades empáticas no solo enriquece nuestras vidas a nivel individual, sino que también fortalece nuestra sociedad en su conjunto, promoviendo un desarrollo sostenible y equitativo.

Es hora de reconocer que en la era de la información y la tecnología, el verdadero progreso reside en nuestra capacidad para conectarnos, comprendernos y apoyarnos mutuamente. La transformación hacia una cultura más empática y colaborativa no es solo deseable, sino esencial para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo.

Por ello, hago un llamado a educadores, líderes comunitarios, responsables políticos y a cada uno de nosotros, para priorizar y fomentar el ‘ser buenas personas’. Solo así podremos construir sociedades más justas, resilientes y cohesionadas. La urbanización y los avances tecnológicos nos han dado la herramienta para estar más conectados que nunca; ahora, depende de nosotros utilizarla para reconstruir el tejido social de nuestras comunidades, asegurando un futuro donde prevalezca el bienestar colectivo sobre el éxito individual. La pregunta no es si podemos permitirnos este cambio, sino si podemos permitirnos ignorarlo.