Gracias, amado Señor de cielo y tierra, por morar en mi interior y por innumerables bendiciones.
Me amas con desmesura, me bendices, me guías, me proteges y me acompañas. Así es.
Me susurras sin palabras: “Te amo infinitamente, siempre estoy contigo. Tú y yo somos uno”.
Sí, con humildad reconozco mi grandeza y elevo más mi amor propio, y el amor a ti y a todos.
Elijo ser un faro, un sembrador de amor y paz, un dócil instrumento en tus manos,
Entonces piensas con mi mente, miras con mis ojos y escuchas con mis oídos.
Saboreas y hueles con mis sentidos, creas, abrazas, acaricias y trabajas con mis manos.
Amas de verdad con mi corazón, y los dos dejamos una buena huella por doquier. Gracias. Hecho está.