En esa arbitraria división que ha hecho Álvaro Uribe de la sociedad colombiana, son -somos- mamertos -sin comillas pues él ya patentó el vocablo- todos los que disentimos de su credo político, del más exquisito sabor totalitario, en burda imitación del falangismo del generalísimo Franco.
Para Uribe y sus seguidores, mamertos son los magistrados de la Corte Suprema de Justicia que se atrevieron a llamarlo a indagatoria.
Mamerto es el papa Francisco por pedirle al gobierno colombiano pronta y cumplida implementación del Acuerdo de Paz con las Farc.
Mamerto es el arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve, por su apoyo a las causas sociales, que le ha valido hasta petición de destierro.
Mamerta es Margarita Rosa de Francisco por manifestar su simpatía por el líder de Colombia Humana, como si en este trozo de tierra hubiese que pedir permiso para expresar una intención política.
Mamerto es Juan Manuel Santos, el más mamerto de todos los mamertos, por haber adelantado y suscrito, a nombre del Estado, los pactos de La Habana y del Teatro Colón.
A Petro lo acomoda en el viejo comunismo marxistaleninista, y asusta a su gente diciendo que de llegar a la presidencia convertirá a este paradisíaco país en una nueva Venezuela, en la que se extinguirá la propiedad privada pues todas las empresas serán nacionalizadas, y las que protesten, expropiadas sin fórmula de juicio.
Es curioso el fenómeno político de un personaje que luego de haber tenido todos los honores que pueden alcanzarse en una democracia, se empeña en seguir disponiendo a su antojo de sus 50 millones de compatriotas, la mayoría de ellos con urgencias vitales superiores a las que tiene Uribe en su conato de imponer a uno de los suyos para continuar la admirable -según él- gestión de Iván Duque.
Una campaña presidencial que destine todo su potencial a atacar a Juan Manuel Santos -quien no es candidato a nada- y a un Acuerdo de Paz que trajo tantos beneficios a Colombia, está llamada al fracaso. Difícil imaginar el discurso con el que saldrá “el segundo libertador” -como lo calificó un sujeto al que le va a obsequiar curul senatorial- para pedir votos por su candidato en 2022, luego del estruendoso desastre de su actual pupilo.
Y la cantaleta contra “lafar” y la JEP no convoca el entusiasmo de una nación con tan alta tasa de gente joven, que está pensando en el porvenir de Colombia y para nada le interesa el pasado que representa el exsenador.
Tengo amigos uribistas que aún creen que Uribe puede imponer en 2022 el presidente que se le ocurra. Les he hecho ver -sin éxito- que con ese empeño de retaliación contra Santos y de señalar a Petro como el ‘coco’ con el que nos asustaban de niños, puede tener recibo en sus laderos pero nada le dice a un pueblo asediado por las necesidades y sumido en la desesperanza. Las elecciones del año próximo pueden traer más de una sorpresa.
Entonces, con tan buenos compañeros de viaje, me siento muy honrado de estar en el listado de mamertos, yo que no soy más que un liberal de la vieja guardia que jamás ha abjurado de los principios democráticos, y que a estas alturas de la vida confiesa que no ha sido capaz de entrarle a ‘El Capital’ de Marx, que duerme en la biblioteca desde sus años mozos, cuando también en Colombia algunos reaccionarios tildaban de comunistas a los del trapo rojo.