Pensé que exageraba cuando dijo no llevar a su hija al parque por miedo a que se la robaran. Sigo creyendo que hay sitios de recreación y esparcimiento seguros y que, dependiendo de las precauciones, la trata de niños es evitable. Pero entendí mejor su angustia cuando permanecí atornillado a la silla, reflexivo, hasta el final de los créditos de la película. Era consciente del drama silencioso del que acababa de ser testigo, pero no lo suficiente.

El engaño al menor o a la familia y en ocasiones la extorsión, suelen ser punto de partida del reclutamiento, desplazamiento y explotación sexual, de niños, niñas y adolescentes. En las calles, burdeles, discotecas, salas de masajes y bares, espectáculos sexuales o en la producción, promoción y distribución de pornografía, turismo sexual y abuso físico. Un millón ochocientos mil niños y niñas, al año, son víctima de estos crímenes atroces.

Bill Ballard es real, igual que lo que narra el largometraje. Cansado de arrestar pedófilos y desarmar redes de explotación infantil en el Departamento de Seguridad de Estados Unidos, sintió inconclusa su tarea: debía ir a rescatar niños secuestrados, convertidos en esclavos con fines sexuales. Y lo hizo, el 11 de octubre de 2014, puso en marcha con las autoridades colombianas, una gigantesca operación, que condujo a liberar 54 niños.

América Latina y el Caribe es una de las regiones con mayor cantidad de niñas y niños víctimas del delito; según la OIT, 550.000 menores, al año, son de esta zona geográfica. La ONU advierte que el número de víctimas a nivel global se ha triplicado en 15 años, registrando 534 flujos de trata; las rutas más frecuentes: de América del Sur a América Central, América del Norte, Europa, el Este de Asia, el Norte de África y Oriente Medio.

La única modalidad de explotación sexual no es física, siendo, quizá, la más abominable. El abuso sexual en internet crece al ritmo de la tecnología y la masificación de las redes y aplicaciones, y el acceso creciente de menores de edad a teléfonos celulares. Se valen de todo para capturar la atención y enganchar a sus víctimas; se hacen pasar por niñas y niños y ‘enriquecen’ el engaño haciendo participar terceras personas, todas ficticias.

Una vez envía una primera foto o video, el menor termina y se siente secuestrado por su ingenuidad y por su miedo. En ocasiones el agresor le da un regalo, luego amenaza con difundir el material íntimo, si no manda contenidos sexuales más explícitos y duros. Los sitios web de pedófilos virtuales y activos, foros de apología al delito, símbolos que solo ellos descifran, y redes de distribución y de coleccionistas de imágenes, es descomunal.

En Colombia, indica el ICBF, la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes es un delito invisible. No es solo el turismo sexual en Cartagena, tan mencionado. En Bogotá, Medellín, Cali y Manizales, la trata y explotación son alarmantes, para prostitución infantil, producción de contenidos sexuales para las redes o la venta y envío de menores de edad a otro país. En no pocos casos, la madre o la familia son quienes explotan al menor.

Increíble que Sonido de Libertad hubiese sido prácticamente vetada para ser distribuida por Disney, Netflix y Prime Video, y tuviesen que reunir 7.000 inversionistas para hacerla realidad. Una película desgarradora, delicada y profunda, sin una sola escena censurable, que evidencia lo peor y lo mejor del ser humano. Un llamado de alerta, imperdible. Los niños de Dios no están en venta, reza el subtítulo. No están en venta, punto, sean o no de Dios. La esclavitud existe, se sabe. Pero este drama, sórdido, amerita un grito de libertad.