De acuerdo con la Corte Constitucional, el voto en blanco es “una expresión política de disentimiento, abstención o inconformidad, con efectos políticos”. Es decir, es un voto válido y en algunas circunstancias -que se explicarán- con efecto electoral. En momento en que el país se apresta a elegir Presidente de la República en segunda vuelta y en el que algunos promueven el voto en blanco, es pertinente ahondar en esta opción política.

Iniciemos por precisar que el voto en blanco es una excepción en las democracias. En Estados Unidos e Inglaterra, por ejemplo, no existe. En el primer caso es posible escribir el nombre de cualquier persona en el voto, incluso el de Mickey Mouse, pero sin ningún efecto legal, y en el Reino Unido tampoco; el único caso en el que se incluyó y contabilizó sin ningún efecto legal, solo político, fue una elección a la alcaldía de Londres en 2008.

El voto en blanco existe en Francia, España, Argentina y Colombia con distintos matices. En el país galo se contabiliza, pero no cuenta para determinar los votos emitidos; en España se registran para efecto del total de votos válidos a partir de un porcentaje (3% en elecciones generales y 5% en las locales) y en Argentina se descuenta de la votación total, modificando el porcentaje de los candidatos. Pero en ninguno, afecta el resultado.

En Colombia es distinto. El voto en blanco no sólo existe y se contabiliza, sino que puede tener un impacto en el proceso electoral. La Constitución Política establece que "deberá repetirse por una sola vez la votación para elegir miembros de una corporación pública, gobernador, alcalde o la primera vuelta en las elecciones presidenciales, cuando del total de los votos válidos, los votos en blanco constituyan la mayoría” (Artículo 258).

Con un factor adicional. En el mismo artículo se establece que “tratándose de elecciones unipersonales no podrán presentarse los mismos candidatos, mientras que en las de corporaciones públicas no se podrán presentar a las nuevas elecciones las listas que no hayan alcanzado el umbral”. Es decir, si el voto en blanco es mayoría se deben repetir las elecciones y quienes participaban en la contiende no se pueden volver a presentar.

Pero en el caso de la elección presidencial ello solo aplica a la primera vuelta. El voto en blanco obliga a repetir la elección con otros candidatos si es mayoritario en esa elección, no en la segunda; en esta se contabiliza, pero no pasa de ser un voto protesta, similar al no marcado, marcado mal adrede, no introducido en la urna e incluso a la abstención, todas estas consideradas manifestaciones de inconformidad con las opciones políticas.

El voto en blanco el próximo domingo, como voto protesta, es sin duda respetable. Pero no es inocuo, es decir, puede tener un impacto grave. Por una razón, lo que está en juego va más allá de si los candidatos son óptimos y si son los deseables; para muchos no lo son. Lo importante, además de lo que representan -quiénes son como personas, su ética, valores y principios, con quién y cómo gobernaría- es su visión de país y sus propuestas.

Este análisis tiene un propósito: enfatizar el riesgo del voto en blanco en las próximas elecciones. Lo que está en discusión no son solo personas sino el modelo de país. Esta no es una elección cualquiera y cada voto cuenta, más existiendo la posibilidad de una danza de dineros mal habidos comprando conciencias. El voto protesta es válido, pero no sea que, por protestar, ayude a sepultar la democracia. Es imperativo ir a las urnas con los pies sobre la tierra: pensando más en el país que en preferencias idealizadas.