Como lo afirmó el doctor Carlos Climent, la familia Sackler, quien goza de inmensa fortuna y está más allá de cualquier ley o sanción, es la responsable de más de un millón de muertos y millones de adictos que se encuentran atrapados en un callejón sin salida por el uso libre de Oxycontin, llamada también oxicodona.
Un opioide fabricado para utilizar en casos de dolor extremo, que no cede ante otros fármacos, pero que genera rápidamente una adicción casi imposible de erradicar en el paciente.
Pues bien. Este opioide ha sido permitido de venta libre, cuyo resultado ha sido más de un millón, sí un millón, de muertes por sobre dosis solo en Estados Unidos, entre la población adolescente que sucumbe ante esta adicción incontrolable.
Me vi en estos días una película que me estremeció hasta el tuétano de los huesos. Es la historia de un joven adicto a la marihuana, el alcohol, la cocaína (actualmente consideradas drogas suaves) que cae atrapado en los opioides: oxicontin, morfina y similares. Basada en una historia real y afortunadamente con un final feliz, hasta el momento -lleva años sin consumir nada-.
La historia, su historia, es igual a la de todos los que somos adictos. No importa la sustancia. Muestra la impotencia maldita para parar de consumir a pesar de que sabe que lo está matando, la impotencia maldita de los padres por ayudarle, hasta que aceptan que no pueden hacer nada por ese hijo si él no acepta totalmente la derrota. La impotencia de todos los centros e instituciones de rehabilitación, si él no pone de su parte.
Sentí como si fuera mi propia vida, mi propio camino lleno de intentos, en diferentes centros, lleno de recaídas, lleno de deseos de morirme por no poder parar ni querer seguir viviendo así.
Me identifiqué con el dolor de la familia, el daño irreparable que infligimos a los que más queremos y esa desesperación interna que se siente cuando a pesar de las hemorragias, de las lagunas, de la ira incontenible, el cuerpo nos obliga a consumir más.
Me identifiqué con la ignorancia que existe sobre la enfermedad de la adicción, una enfermedad primaria, incurable como la diabetes, pero controlable si no se vuelve a consumir el primer pase, copa, botella o inyección. Es el primero el que desboca el cerebro, el que dispara ese deseo incontrolable, como se dice en Alcohólicos Anónimos, “uno es demasiado, miles no son suficientes”.
El Oxicontin ha matado más gente que cualquier guerra, ha quemado el cerebro de miles de jóvenes, ha enviado a la cárcel o al manicomio a otros miles, pero nadie dice nada. Como también sucede con el alcohol, la marihuana, la coca, el éxtasis, las anfetaminas, millones de víctimas que jamás aparecen en estadísticas mundiales. Los familiares entierran su ser querido de forma individual o lo visitan al pabellón siquiátrico, pero de uno a uno, con vergüenza muchas veces porque su ser querido “cayó en el vicio”.
En Colombia falta una política de gobierno sobre esta enfermedad. Falta información, falta prevención, faltan centros especializados y no clínicas de garaje; faltan profesionales en este campo.
Me pregunto para finalizar, ¿cuántos muertos tenemos en Colombia diariamente por esta enfermedad o sus secuelas? Ningún aspirante a presidente ha tocado el tema. Los ‘viciosos’ que se jodan... y dejen de joder.
Llevo muchísimas veinticuatro horas sin consumir, pero mi cerebro adicto sigue haciendo flexiones cuando estoy dormida. ¡Eso no lo puedo olvidar!
***
PD. La película se llama Beautiful Boy o Siempre serás mi hijo.