En el colegio las horas eran larguísimas, los días eternos, ni digamos un mes o llegar a fin de año. Odié todos los miércoles porque me sentía atrapada entre el lunes y el viernes. Los sábados y domingos parecían lejanos e inalcanzables. Miércoles claustrofóbicos, encerrada, como un pedazo de queso entre dos rebanadas de pan. Miércoles grises, aunque brillara el sol, eternos, aburridores, lentooos. A veces mariposas negras revoloteaban en las tripas. No había salvación.

Escuché decir hace algunos años, ya bastantes, que la vida era como el papel higiénico, que al comienzo el rollo es gigante e infinito y a medida que se usa se va acabando rapidísimo. Me reí pero no entendí muy bien el chiste. Los días seguían siendo largos y el futuro lejano; como afirmaba Gabo “éramos felices e indocumentados”, y la vida se abría como un abanico.

En esta etapa de mi vida ya no solo entiendo lo del rollo sino que lo vivo, las horas vuelan, los días de escapan y se esfuman, los meses cambian de nombre, y sobre todo, a cada rato tengo que escribir la columna del periódico. Me empujan las semanas y los lunes me amenazan porque llega mi ‘hora cero’, y se acaba el tiempo.

Empieza la angustia tenue, el tema, qué tema, cuál de los temas. Siento que se repleta la cabeza, tantas noticias, tantos sucesos, tantas emociones encontradas, tantas cosas bellas y tanta porquería, todo se revuelve como un salpicón.

Tengo libertad de escoger o seguirme revolcando en el odio y la polarización, seguir dándole cuerda a la noria de egos, atizando fuegos, o tratar de apagarlos, poner un grano de arena o esconder la cabeza como el avestruz; escuchar los violines de la sinfonía o darle una patada al tambor mayor, o mejor empujar la orquesta entera al foso y bajar el telón.

Esta columna se va en píldoras, diversas, inconexas, sin sintaxis ni orden, como salgan, les voy a abrir la compuerta, ahí van:

Felicito al alcalde Ospina porque va a remover de nuevo Cali. Porque el Cali de hoy no existiría si en su administración pasada no hubiera puesto la ciudad patas arriba. Apruebo el Concejo que aprobó. Ospina tiene visión de futuro y actúa en consecuencia. El solo hecho de haber recuperado el Club San Fernando es una victoria. Pa’delante Cali, no podemos estancarnos.

Felicito de corazón a CorpoValle y la labor silenciosa, callada, arriesgada de Elisa Álvarez, quien paso a paso, vereda a vereda, desde hace tres años inició esos primeros contactos con algunos campesinos olvidados que cultivaban a sol y sombra sus frutales, víctimas de intermediarios, sin ninguna instrucción sobre cómo transportar sus productos sin que sufrieran; la piña no es lo mismo que la uva, como aprendieron y se unieron para dignificar su trabajo y lograr competir en libre empresa hasta llegar a las grandes superficies. Proyecto apoyado por la pasada y la presente administración departamental. Dilian Francisca y Clara Luz creyeron y Elisa y su equipo cercano le pusieron la pasión, el conocimiento y el perrenque. Soy testigo presencial de esa labor callada, de vereda en vereda, muchas veces arriesgándose por zonas non-sanctas y peligrosas, con patrón incluido. Un proyecto frutícola que debería copiar toda Colombia.

Cali y el Valle están en un espiral ascendente. Se siente en el aire. Ni la pandemia ha logrado disminuir el entusiasmo, creo que al contrario, ha servido para demostrar que somos resilientes y que avanzamos. En cultura, en agricultura, en infraestructura, marchamos con pie firme. Un Valle invencible, un alcalde visionario, que heredaron pautas y directrices claras y de avanzada. ¡Ya no hay marcha atrás!

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PD. Y si nos unimos todos, dejamos la tirria, nos damos la mano y trabajamos por la paz y la reconciliación, lograremos todas nuestras metas. ¡Rompamos el retrovisor. Caminemos hacia el nuevo amanecer!