La escena no ocurre en un mercado abarrotado de frutas o ganado, sino frente a una pantalla iluminada en una habitación silenciosa.
Sebastián Rodríguez Matos, conocido como El Sensei, revisa con calma gráficos que muestran en segundos movimientos de dinero alrededor del mundo. No levanta la voz, no intercambia papeles, no hay gritos como en las viejas imágenes de las bolsas. El comercio, que alguna vez dependió del contacto físico, ahora transcurre en clics.
Ese contraste permite mirar hacia atrás. Durante siglos, los intercambios fueron simples: un bien por otro. El trueque fue la primera forma de economía organizada, hasta que llegaron las monedas metálicas y, más tarde, los billetes que institucionalizaron el valor. El siglo XX trajo un cambio enorme: corredores que llenaban salas de operaciones con papeles en mano y teléfonos al oído. El trading de entonces era físico, ruidoso y reservado para unos pocos.
Las primeras bolsas modernas nacieron en ciudades como Ámsterdam, Londres o Nueva York, donde se establecieron las bases de un sistema que aún perdura. Aquellos espacios eran caóticos, con cientos de corredores compitiendo por ejecutar órdenes. La información viajaba despacio y las oportunidades dependían de quién lograba enterarse primero de un cambio en el mercado. El acceso estaba limitado a instituciones y grandes fortunas.
Hoy, esas escenas parecen lejanas. La digitalización borró las fronteras, redujo la distancia entre inversionistas y mercados, y abrió la posibilidad de que jóvenes con una computadora portátil participen en operaciones internacionales. Sebastián lo sabe de primera mano. “El acceso es mucho más sencillo que antes, pero esa facilidad también tiene riesgos. Entrar sin preparación es tan peligroso como no entrar nunca”, señala.
Su historia personal se conecta con esa evolución. A los 17 años, se acercó al trading a través de academias que en realidad funcionaban como esquemas piramidales. La falta de referentes confiables lo llevó a perder dinero, pero también lo obligó a buscar su propio camino. “Lo que me pasó a mí se repite con muchos. Por eso insisto tanto en la importancia de la educación”, explica.
Mientras la tecnología ha hecho que el trading sea más accesible, los problemas tampoco desaparecieron. Si antes los engaños eran con papeles falsos o intermediarios dudosos, ahora aparecen bajo la forma de cursos en redes sociales que prometen resultados irreales. La diferencia es que hoy, la desinformación circula más rápido y alcanza a más personas.
El cambio también ha modificado la psicología del trader. En las viejas bolsas físicas, la presión era colectiva: gritos, ruido, competencia directa. En el trading digital, la presión es silenciosa y personal. Frente a una pantalla, cada decisión depende de la disciplina del individuo. “La tecnología cambia las herramientas, pero no cambia la necesidad de autocontrol”, afirma Sebastián. Sus programas de formación, que han permitido a sus alumnos retirar más de 13 millones de dólares del mercado, se centran justamente en ese punto: práctica constante, gestión del riesgo y manejo de emociones.
Los testimonios de sus estudiantes refuerzan esa idea. Un alumno dominicano comenta que aprender a esperar fue lo más difícil: “En el mercado quería resultados rápidos, y me pasó lo mismo en la vida diaria. El Sensei me enseñó a tener paciencia en ambos lados”. Otro, desde México, explica que la disciplina del trading le ayudó a organizar mejor sus estudios universitarios. Estas experiencias muestran que la evolución del comercio no solo se mide en tecnología, sino también en cambios culturales.
La historia larga del comercio deja en claro que siempre hubo oportunidades y riesgos. Del trueque a las monedas, de los billetes a las bolsas físicas, de las bolsas al trading digital, cada etapa trajo ventajas y también trampas. Hoy, el acceso masivo permite que cualquiera participe, pero exige mayor responsabilidad individual.
La escena del inicio vuelve a aparecer. Sebastián frente a la pantalla, gráficos en movimiento, anotaciones en una libreta. No hay bullicio alrededor, pero la esencia es la misma de hace siglos: un intercambio en busca de equilibrio. La diferencia es que ahora ese proceso ocurre en segundos, y jóvenes como él forman parte de una etapa donde la historia del comercio sigue escribiéndose, solo que con un nuevo rostro.