Una máxima latina, de cuyo autor no hay registro, afirma que las adversidades podrán “frangas non flectas”, es decir, “doblarnos pero no rompernos”, reivindicando la fortaleza interior y la capacidad para reponerse, algo que hoy está popularizado bajo el nombre de resiliencia.
Alberto Linero considera que hay una fuerza muy flexible y poderosa detrás de todos nuestros actos de resistencia, no es otra que la esperanza. Precisamente a esta inclasificable palabra, concepto, aptitud, actitud, valor, virtud, don o incluso dogma religioso... dedicó su más reciente libro titulado ‘Romperme fue solo un comienzo’, que describe como un “manual para vivir en esperanza”.
Mientras el mundo pasa por un nuevo momento de inhumanidad y barbarie, al tiempo que ocurren guerras en Europa, genocidios en Medio Oriente, persecuciones en Estados Unidos y atentados terroristas en Colombia, dejando de lado las catástrofes del cambio climático que avanza con un terror mudo...
Pareciera que estamos a las puertas del infierno y como en la ‘Divina Comedia’ leyéramos en el funesto letrero: “Pierdan toda esperanza”, cuando llega Alberto Linero, un hombre que abandonó sus oficios religiosos, pero no su fe, para decirnos con su tono alegre que, sin embargo, hay razones para tener esperanza.
—El camino de resiliencia que propone en este libro es muy estoicista, ¿qué importancia tiene esta filosofía en su pensamiento?
Sin duda, mi formación filosófica inicial estuvo marcada por los estoicos, y por estos días he vuelto a leer las ‘Meditaciones’ de Marco Aurelio, que las ha publicado todo el mundo, y las tengo muy presentes, porque son reflexiones de mucha actualidad, que nos dan fortaleza y nos permiten entender cómo vivir la vida en búsqueda de un bienestar integral.
En mi pensamiento, yo busco la espiritualidad, en el sentido de cómo conectar con lo trascendente, cómo un encontrar quién soy y conocer algo superior a mí, algo más grande que yo. La expresión estoica está en la capacidad de entender qué puedo controlar y qué no puedo controlar. De entender que la felicidad está en función de mi condición, yo existo de esta manera con estas limitaciones, dificultades, y con estas posibilidades y capacidades. Creo que la influencia estoica está en reconocer que no soy omnipotente.
—Resulta interesante la defensa que hace de la autocompasión como una necesidad, puesto que hay prejuicios en su contra y, por lo general, se la considera una debilidad, ¿desde qué perspectiva la retoma?
Con todo respeto, creo que ideas como esas forman parte de las estupideces humanas, creer que somos más de lo que somos. Nos han hecho creer que es el sacrificio, el dolor, el juicio duro, lo que nos permite salir adelante.
A mí me enseñaron que no podía ser complaciente conmigo, en mi formación me dijeron que tenía que ser exigente, debía esforzarme y, a veces, hasta cercenar dimensiones de mí para poder realizar y alcanzar esa virtud, o alcanzar la santidad. Y yo creo que esto es equivocado.
La base de todo es el amor propio. Es que Jesús de Nazaret dice: “Ama al prójimo como a ti mismo”. Entonces, quien no se ama a sí mismo, no puede amar a nadie. Quien no tiene compasión consigo mismo, no puede ser compasivo con nadie. Quien es indiferente a sus necesidades, quien es indiferente a sus dolores, a sus debilidades, lo será con los demás, porque nadie puede hacer con otro lo que no hace consigo mismo.
La idea negativa de la autocompasión es un paradigma que hoy debemos romper, porque nosotros necesitamos entender que es desde el conocimiento, la aceptación y el amor propio como podemos construir un ser humano capaz de relacionarse sanamente con los otros. Si tú eres un juez tan duro de ti, seguro vas a ser un juez implacable de los demás.
—Realmente somos seres frágiles, ¿por qué lo continúan negando?
Mi primera gran crisis existencial, cuando yo era un niño, fue darme cuenta de que mi héroe había terminado crucificado y que había muerto.
Yo tenía la esperanza, mientras leía los evangelios, de que fuera como en las películas, que un poquito antes de que lo mataran el man se levantara y los cogiera a trompadas a todos, que al final ganaba. Pero cuando me doy cuenta de que él termina en la cruz, atravesado por la lanza, por los clavos, y se muere, entré en crisis.
“¿Cómo puedo seguir a un tipo de estos? Este no puede ser mi héroe”, me dije. Luego la teología, la reflexión, el autoconocimiento me hizo ser capaz de entender que la única manera de ser divino es ser plenamente humana. Lo humano es frágil y solo puede ser fuerte quien acepta y asume su fragilidad.
Necesitamos redescubrir nuestra debilidad, no para quedarnos en ella, sino para hacerla parte del proceso de crecimiento personal, porque tampoco estoy aplaudiendo la vulnerabilidad por aplaudirla, no, la estoy planteando como parte de nuestra condición.
Lo que no podemos seguir haciendo es negándonos y reprimiéndonos, porque así perdemos oportunidades de crecimiento, es que detrás de cada vulnerabilidad vienen lecciones, estrategias para ser mejores.
—¿Cómo conservar la esperanza en este mundo donde hay genocidios, crisis climática y líderes que se creen con el poder de negar la existencia a otros seres humanos?
Hay que entender bien qué es la esperanza. En este sentido, creo que es más como lo escribió Vaclav Havel, un dramaturgo checoslovaco que fue el primer presidente de la República Checa: “La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, sin importar como resulte”.
Es decir, el futuro puede que no sea la realización de mi deseo, pero tendrá sentido con mi vida, me impulsará a seguir adelante. No es la certeza de que voy a triunfar, la esperanza es que aunque pierda voy a encontrarle sentido y voy a poder seguir desarrollando una vida con propósito.
Necesitamos entender que nadie es Dios, que todo líder que se presente como aquel que resuelve todos los problemas es un manipulador y posiblemente será un dictador. Con eso hay que tener cuidado. Nadie te puede garantizar la solución de los problemas, esta no es tarea de un ser humano, es de todos los seres humanos construyendo relaciones sanas. Lo que necesitamos es redescubrir qué es la esperanza.
A mí a veces me da miedo que a nosotros, los que hablamos de optimismo y bienestar, nos confundan con porristas. Yo no soy un porrista, soy alguien que te dice, “Cree en ti, confía en ti, desarrolla tus habilidades, da tu mejor versión y ten la certeza que aunque te caigas te vas a poder levantar. Aunque salgas derrotado, vas a poderle encontrar sentido a tu vida y seguir adelante”.