La poliomielitis, también conocida como polio o parálisis infantil, es una enfermedad infecciosa viral que afecta principalmente el sistema nervioso y puede causar parálisis irreversible.

Aunque en gran parte del mundo se ha logrado su erradicación gracias a programas de vacunación masiva, aún persisten casos en algunas regiones, lo que recuerda la importancia de mantener la vigilancia y la investigación para su total eliminación.

Esta enfermedad es causada por el virus de la polio, que pertenece a la familia de los poliovirus y se propaga principalmente a través del contacto directo con las heces de una persona infectada. Se puede producir también al consumir alimentos o agua contaminada con el virus. Gotas respiratorias, especialmente producto de toser o estornudar, son a su vez fuente de contagio.

Una de las formas habituales de la vacuna para la polio es la sumnistrada por vaía oral. (Photo by Abdulnasser Alseddik/Anadolu Agency via Getty Images) | Foto: 2022 Anadolu Agency

El virus se multiplica en el intestino y puede invadir el sistema nervioso, causando daño a las células nerviosas y provocando parálisis en casos de más gravedad.

Los síntomas iniciales de la polio pueden ser similares a los de una infección respiratoria común con fiebre, dolor de garganta, malestar general y náuseas. Sin embargo, en casos más delicados la enfermedad puede progresar hacia una parálisis muscular afectando los brazos, las piernas o incluso los músculos respiratorios, lo que puede llevar a la muerte si no se recibe atención médica oportuna y adecuada.

El diagnóstico de la poliomielitis se realiza a través de pruebas de laboratorio como el análisis de muestras de heces o muestras de líquido cefalorraquídeo. Si bien se trata de un afección que es ya poco común en la actualidad, en caso de presentar síntomas como debilidad muscular, dificultad para mover los brazos o las piernas, o problemas respiratorios, es importante buscar oportunamente un diagnóstico profesional.

Una de sus características más importantes es que es altamente contagiosa y puede propagarse fácilmente en comunidades con condiciones de saneamiento deficientes, pero por fortuna existen medidas efectivas para prevenirla y controlarla.

La vacunación es una medida fundamental en la lucha contra esta enfermedad. La vacuna oral contra la polio (OPV) y la vacuna inactivada contra la polio (VIP) han demostrado ser altamente efectivas en su prevención.

La vacunación es la forma más efectiva para enfrentar la polio. | Foto: AFP or licensors

La OPV, administrada en forma de gotas, proporciona inmunidad tanto en el intestino como en el sistema circulatorio, lo que ayuda a prevenir la propagación del virus. Por otro lado, la VIP se administra por inyección y brinda inmunidad en el sistema circulatorio, siendo una opción segura y efectiva para aquellos que no pueden recibir la OPV.

A través de programas de vacunación masiva y campañas de erradicación se ha logrado grandes avances en la lucha contra la poliomielitis. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el número de casos de polio ha disminuido drásticamente en los últimos años, y se espera que la enfermedad se erradique por completo en un futuro cercano. Sin embargo, siguen siendo vitales otras dosis de refuerzo, pues mantener un sistema inmunológico fuerte ayuda a prevenir la propagación de otras enfermedades infecciosas.

Pero además de la ayuda médica se encuentran otras prácticas relacionadas con la higiene personal, de los entornos y la misma alimentación que previenen la adquisición y propagación de este virus.

Lavarse las manos con agua y jabón regularmente, especialmente después de usar el baño, antes de comer y antes de preparar alimentos, además de asegurarse de consumir agua potable y alimentos seguros, evitando la contaminación fecal, son algunas de las principales recomendaciones de expertos.

En cuanto a la alimentación, las frutas cítricas como naranjas, pomelos, limones y mandarinas son ricas en vitamina C, la cual estimula la producción de glóbulos blancos. Verduras como las espinacas, el brócoli y la acelga son excelentes fuentes de vitaminas A, C y E, así como de antioxidantes y fibra, que fortalecen el sistema inmunológico.