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Valle del Cauca, epicentro de homicidios juveniles en Colombia: ¿qué está pasando con esta población?
Más de tres mil menores han sido asesinados en Colombia este año. Cali concentra la mayoría de casos. Sicariato y riñas dominan una violencia marcada por el crimen organizado y el narcotráfico.
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1 de sept de 2025, 10:18 a. m.
Actualizado el 1 de sept de 2025, 10:18 a. m.
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En Colombia, la juventud carga con una paradoja: mientras debería ser una etapa de oportunidades y sueños, miles de ellos están perdiendo la vida en medio de la violencia.
En lo que va del 2025, 3360 personas entre los 14 y los 28 años han sido asesinadas, según las cifras presentadas en el Consejo de Ministros que lideró el presidente Petro, el 19 de agosto.
El panorama es demoledor: la mayoría de las muertes ocurren por sicariato, 61 %, y por riñas, 19 %, dos modalidades que se han consolidado como la principal causa de muerte violenta en esta franja de edad.

Las balas son el sello de esta violencia. El 80 % de los homicidios se cometen con armas de fuego, frente a un 15 % con armas blancas y un 5 % con golpes u otros elementos.
No se trata solo de estadísticas, sino también de un retrato del destino truncado de una generación que vive entre la falta de oportunidades y la presión de las economías ilegales.
Valle del Cauca y Cali
El Valle del Cauca se ha convertido en el departamento más afectado, con Cali a la cabeza, de las cifras de homicidios en jóvenes. El Ministerio de Defensa calcula que la región concentra alrededor del 78 % de los asesinatos del suroccidente.
Para el experto en seguridad Héctor Herrera, las razones son múltiples: jóvenes sin acompañamiento familiar ni estatal, enganchados por el consumo de drogas, usados como “mandaderos” en el microtráfico o reclutados por oficinas de cobro.
“Hay jóvenes que no tienen control del Estado ni de sus padres. Eso los hace presa fácil de la delincuencia, y ahí es donde aumenta el riesgo de homicidio”, señala.
Cali refleja con crudeza esa realidad. En sus comunas más golpeadas, como las que conforman el Distrito de Aguablanca, los programas sociales existen, pero no alcanzan.
Herrera es enfático: “No se trata de llenar las ciudades de policías. El remedio es sacar a esos jóvenes de la calle, darles empleo y acompañarlos con oportunidades reales. Si no hay trabajo, vuelven a recaer”.
“Tragedia nacional”
El sicariato, que históricamente representaba el 43 % de los homicidios en el país, hoy supera el 65 % y entre los jóvenes alcanza el 68%.
El Ministro de Defensa, Pedro Sánchez, lo calificó como una “tragedia nacional”. Las causas son recurrentes: venganzas, ajustes de cuentas, retaliaciones por microtráfico y disputas territoriales.
El investigador en conflictos armados Néstor Rosanía explica que esta situación responde a una violencia cada vez más descentralizada. Ya no se trata de grandes carteles o un mando único, sino de múltiples bandas pequeñas que controlan cuadras, barrios o plazas de droga.
Son “guerras de portafolios” de economías ilegales, donde ya no hay grupos armados con un proyecto político, sino que se disputan el control de negocios ilícitos, añade.
En Cali y el resto del Valle del Cauca confluyen además dos tipos de conflicto: el urbano, con pandillas y oficinas de cobro, y el regional, donde las disidencias y grupos narcotraficantes disputan rutas.
Intolerancia que mata
Las riñas representan casi una quinta parte de los homicidios juveniles. El fenómeno está asociado a problemas de convivencia, intolerancia social y conflictos afectivos que terminan en tragedia.

En el Consejo de Ministros se señaló que las riñas históricamente representaban un 25 % de las muertes violentas, pero que en este Gobierno bajaron a 19 %. Sin embargo, en las cifras de jóvenes mantienen un peso significativo y muestran que, además de los factores criminales, hay un deterioro en la capacidad de la sociedad para resolver conflictos sin violencia.
Guerra rural y urbana
El mapa de la violencia revela que el 34 % de los homicidios de jóvenes ocurre en zonas rurales, pese a que solo el 18 % de los colombianos vive en el campo.
En el Cauca y Jamundí (sur del Valle), las disidencias de las Farc reclutan a jóvenes arrastrándolos a la guerra.
“En el Valle confluyen las dos conflictividades, conflictos urbanos y regionales, de carácter de disidencias y grupos de narcotráfico grandes. Ese doble escenario explica la magnitud del problema”, resume Rosanía.
Durante el Consejo de Ministros, el Mindefensa hizo alusión a reducciones en departamentos como Antioquia o Cundinamarca, evitando que al menos 273 jóvenes sean asesinados en comparación con el Gobierno anterior, gracias a programas de prevención y oportunidades educativas.
No obstante, expertos coinciden en que las cifras siguen siendo dramáticas y que no hay una estrategia clara en lo local.

Nestor Rosanía asegura que “en otro país, ser el departamento con más jóvenes asesinados le costaría el cargo al Secretario de Seguridad. Aquí no pasa nada. Las autoridades locales han delegado la responsabilidad en el Gobierno Nacional y se han quedado atrapadas en una pelea ideológica, mientras la violencia sigue avanzando”.
Más allá de las estadísticas, lo que está en juego es una generación entera. Jóvenes de barrios periféricos que sueñan con estudiar, trabajar o simplemente vivir en paz terminan atrapados entre la falta de oportunidades y la seducción de economías ilegales que ofrecen dinero rápido.
Los expertos coinciden en que la solución requiere una política integral que combine educación, empleo, salud mental, cultura y presencia real del Estado en los territorios más afectados.
Como advierte Herrera: “Si el proceso de resocialización no es completo, el joven vuelve a caer en la delincuencia. No basta con sacarlo de la calle un par de meses. Se necesita acompañamiento constante”.
Así, la violencia juvenil en Colombia y el Valle del Cauca es el resultado de la falta de oportunidades, el abandono institucional y la disputa territorial entre grupos ilegales.
Mientras no se construya una estrategia clara con responsabilidad política, familiar e institucional, los jóvenes seguirán convirtiéndose en las principales víctimas de una guerra que no da tregua, dicen los analistas.
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