Editorial
Seguridad y oportunidades para el oriente de Cali
En el oriente de Cali convergen los problemas sociales más graves que puede padecer una sociedad y que dan paso a las más complejas formas de violencia, que afecta a todos sus habitantes, pero en particular a su población más joven
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26 de sept de 2025, 03:01 a. m.
Actualizado el 26 de sept de 2025, 12:35 p. m.
El oriente de Cali volvió a estremecerse con la violencia el pasado 28 de agosto, cuando un atentado en el sector de El Retiro dejó dos personas muertas y varios heridos. Este episodio es apenas un reflejo de la compleja situación de seguridad que desde siempre ha padecido esa zona de la ciudad, marcada por la disputa de rentas ilegales y por la ineficacia persistente del Estado, incapaz de intervenir como debe en uno de los sectores más vulnerables de la capital del Valle del Cauca.
Como suele suceder cuando se presentan los ataques sicariales, se recrudecen los enfrentamientos entre pandillas o se marcan las fronteras invisibles, de inmediato se activan los controles policiales y se incrementa el pie de fuerza. Es la respuesta lógica para hacerle frente al terror que se impone en las calles, que necesita, además, de una acción coordinada con el aparato de Justicia.
La ciudad, sin duda, requiere que sus autoridades actúen en concordancia y con firmeza para ponerle freno a la violencia y, de paso, acabar con la impunidad que impera en la ciudad. Sin embargo, la solución no es solo represiva.
En el oriente de Cali convergen los problemas sociales más graves que puede padecer una sociedad y que dan paso a las más complejas formas de violencia, que afecta a todos sus habitantes pero en particular a su población más joven, que es a donde se dirigen las intenciones del crimen o la delincuencia organizada.
Como lo advierten expertos en seguridad, detrás de cada joven reclutado hay un vacío estructural: hogares fragmentados, falta de oportunidades educativas, desempleo, pobreza y un Estado que no ha sabido ofrecer alternativas reales. Por ello, el Oriente no puede seguir siendo únicamente un terreno de confrontación policial, debe convertirse en un escenario de intervención social integral.
Esta Administración local tiene programas destinados a atender a la población de los sectores más vulnerables de la ciudad, pero ese esfuerzo no está siendo suficiente. Hay que invertir más en esta zona de la ciudad y, como ya se ha hecho en repetidas ocasiones, vincular a otros sectores, incluida la empresa privada, para que brinden oportunidades reales de progreso, apoyen programas sociales o apadrinen a jóvenes para que estos puedan ser arrebatados a la violencia.
No se trata de elegir entre seguridad o inversión social: se necesitan ambas. El control de las armas y las rentas ilegales debe ir de la mano con la creación de empleo, programas de educación técnica, fortalecimiento de las escuelas, apoyo a las madres cabeza de hogar y espacios comunitarios que devuelvan esperanza a los jóvenes.
El oriente requiere seguridad, pero también reclama oportunidades. No habrá paz ni verdadera convivencia si la estrategia se queda solamente en planes policiales, de reacción y contención del delito. Es hora de que Cali mire de frente a esta parte de la ciudad y asuma que la seguridad integral solo es posible cuando el control y la inversión social caminan juntos.
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