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Violencia y censura

En los últimos años, reapareció otra ola de atentados a figuras políticas donde las constantes son el odio y la polarización.

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Muni Jensen
Muni Jensen. | Foto: El País

20 de sept de 2025, 12:57 a. m.

Actualizado el 20 de sept de 2025, 12:57 a. m.

La violencia en Estados Unidos no es un fenómeno nuevo, pero la sensación de opresión y miedo se siente fuerte con cada atentado y amenaza, desde las calles de Washington, colmadas de agentes de la Guardia Nacional buscando inmigrantes inocentes, hasta en los colegios rurales donde los niños de preescolar practican con sus profesores cómo protegerse ante un tiroteo.

Los momentos duros de la historia americana, como los asesinatos de figuras clave como Martin Luther King Jr. o John y Robert Kennedy en los años 60, dejaron cicatrices profundas en la memoria colectiva del país. Mirando atrás, estos episodios están lejos de ser una excepción, se trata de un patrón de violencia que sigue creciendo cada día.

En los últimos años, reapareció otra ola de atentados a figuras políticas donde las constantes son el odio y la polarización. Recientemente, hemos presenciado en EE. UU. otra serie de atentados y amenazas a figuras políticas y empresarios de alto perfil: el asesinato del CEO de la aseguradora de salud United Health, seguida a los pocos meses por el balazo fulminante a Charles Kirk, voz controvertida y aliado de Trump. Su muerte fue un remezón al país entero, revelando una vez más la fragilidad del contexto político. Se suman a los intentos de asesinato a Donald Trump durante su campaña, antes de llegar de nuevo a la Casa Blanca. Se suman el incendio que prendió la casa del gobernador de Pensilvania mientras la familia dormía, el asesinato a los legisladores en Minnesota, las amenazas contra políticos locales, jueces y otras figuras públicas de ambos partidos.

El patrón es inconfundible: Atentados por hombres jóvenes, muchas veces atrapados en ideologías extremas y con un resentimiento profundo hacia el sistema político y social, terminan convertidos en los ejecutores de esta violencia armada de fusil y el ‘no tengo nada que perder’. Viven en un país donde las armas son fáciles de conseguir y la tentación de usarlas es demasiado grande. La segunda enmienda de la Constitución, que garantiza el derecho a la autodefensa, ha terminado normalizando una cultura de armas que ofrece balas como respuesta a cualquier frustración. Cuesta imaginar que un país tan profundamente dividido pueda sostener este nivel de acceso a las armas.

La violencia política no tiene que ser la maldición de Estados Unidos, ni callarnos debe ser el remedio. En vez de buscar soluciones constructivas, se ha escogido la censura como una solución inútil y como herramienta de control. En vez de regular las armas y buscar consensos, decidieron silenciar a las personas que piensen diferente. Ni quitarle a los estudiantes el derecho de opinar, ni cancelar protestas y conferencias y quitarle dinero a las Universidades. No es libertad suspender a periodistas por publicar artículos incómodos.

En las democracias saludables no se expulsan comediantes ni funcionarios por ejercer su obligación de decir la verdad, ni a los comentaristas por opinar distinto. Prohibir libros y retirarlos de los colegios recuerdan la inquisición y empobrecen el conocimiento. Descolgar obras de arte controvertidas, cancelar obras de teatro y apagar las luces de los cines con películas consideradas ofensivas son acciones de dictadores. Acabar con el arte, la música, la tertulia y la literatura y la diversidad de opinión; intentar enterrar las verdades y las críticas solo empobrece la democracia y asfixia la libertad. Están persiguiendo a los buenos, mientras los locos extremistas y armados siguen disparando.

Caleña. Graduada del Colegio Bolívar. Politóloga de Trinity College con Maestría en Estudios Latinoamericanos de Georgetown. Analista política y asesora para América Latina de Albright Stonebridge Group. Trabajó en Proexport en Bogotá y en la Cámara de Comercio de Cali. Fue subdirectora de la Oficina Comercial de Washington y jefe de prensa de la Embajada de Colombia en Washington.

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