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Una horrible noche

Por eso me sorprendió, luego de entrar a la transmisión, encontrarme con un clima político caracterizado por la peor ordinariez

12 de agosto de 2018 Por: Víctor Diusabá Rojas

Andaba de zapeo el pasado miércoles 8 de agosto, cuando topé en el Canal Institucional con el debate en directo del Senado de la República, el primero de la nueva Cámara Alta. En realidad, si uno fuera juicioso ciudadano, no debería llegar allí fruto de la casualidad, o del aburrimiento, sino en pleno ejercicio de derechos y deberes.

De derechos, porque lo menos que uno puede hacer es saber qué pasa allí, donde en buena parte se define a diario la suerte de nuestros asuntos. Y porque también van a dar parte de los impuestos que pagamos (que ahora serán más altos). Dinero con la que se pagan los salarios de quienes juraron trabajar por el bienestar de millones de compatriotas.

Y de deberes, porque solo si sabemos qué pasa allí, y en los diversos escenarios de los poderes públicos, podemos ejercer lo que en apariencia es un derecho pero que también juega como deber: el control ciudadano.

Por eso me sorprendió, luego de entrar a la transmisión, encontrarme con un clima político caracterizado por la peor ordinariez. “Ordinariez: acciones o expresiones generalmente groseras que demuestran mal gusto y falta de educación”, según dicta la Real Academia de la Lengua.

Aunque llamar ordinario a tan lamentable espectáculo se queda bastante corto. Era eso mismo y, aparte, un auténtico batiburrillo. “Batiburrillo: En la conversación y en los escritos, mezcla de cosas inconexas y que no vienen a propósito”: RAE).

O, mejor, un pandemónium o pandemonio: “Lugar en que hay mucho ruido” o una “reunión de demonios”. La verdad, dos acepciones bien exactas para el caso. Sí, lo de esa noche en el Senado fue eso, un pandemonio.

Porque una cosa es el debate, la controversia, la discusión y la polémica. Y sobre todo, la altura en los argumentos. Otras, muy diferentes, el sectarismo, el odio, la agresión personal, el descrédito, la calumnia, la injuria y la descalificación. Es decir, la bajeza. Eso que trae consigo la polarización, aquella infame materia en la que cada día se especializan más algunos sectores de nuestra sociedad, el ¡Tú, más!. Más criminal, más corrupto, más sinvergüenza eres tú. O usted, si de marcar distancia se trata.

Mientras millones de colombianos dormían para echarse en la mañana siguiente este país a sus hombros y tragar en silencio sus angustias, a senadores de diversos sectores políticos se les ocurrió la ‘inteligente’ y ‘brillante’ idea de poner a andar esta etapa fundamental de esa

Corporación con denuestos, a cuál peor. Todo, con la complaciente actitud del presidente del Senado (nada estupefacto con lo que sucedía), cuando su tarea mínima era llamar al orden, o al menos a la ponderación.

La Chinita, el Holocausto de Palacio, Bojayá, polémicos manejos en la Alcaldía de Bogotá, Agro Ingreso Seguro, la Unión Patriótica, la vista gorda sobre el respeto de los derechos humanos y no sé cuántas cosas más volaron como sillas de un extremo a otro, en el peor uso mutuo del espejo retrovisor.

Creo que los protagonistas de esa horrible noche deberían ofrecer disculpas a los colombianos. Derecho tienen de defender aquello en lo que creen, pero no en la forma como lo hicieron. Y les dejó a sus conciencias si se creen dignos de cobrar el salario de ese día.

¿Nombres? No caigo en ese juego. Que bueno sería que el Canal Institucional repitiera esa sesión para que cada uno saque sus propias conclusiones, comenzando por ellos mismos. Con las debidas excepciones de quienes, en vano, llamaron sin éxito a que imperara la calma. Una horrible noche de vergüenza, tristeza y dolor, ¿Y, acaso, un presagio de lo que serán las legislaturas por venir?

Sobrero:
Los autores de las cobardes amenazas a la periodista Paola Rojas merecen ejemplar castigo social y de la justicia.

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