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El mito de empezar de cero

Cuando tratamos de borrar el año, perdemos lo más valioso: la evidencia de quién hemos sido, lo que aprendimos y lo que sí funcionó.

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Daniel López
Daniel López, gerente de sostenibilidad del Banco de Occidente. Foto suministrada por la empresa. | Foto: El país

23 de dic de 2025, 03:06 a. m.

Actualizado el 23 de dic de 2025, 03:07 a. m.

Diciembre tiene una forma curiosa de apretar el corazón. Se siente el cierre: las luces, las cenas, los balances, los mensajes que vuelven como búmeran (‘¿y entonces, qué tal fue tu año?’). Y, con la misma naturalidad con la que brindamos, aparece la promesa: el 1 de enero, arranco de cero.

La ciencia sugiere que esa sensación no es solo cultural; es profundamente psicológica. Hengchen Dai, Katherine Milkman y Jason Riis han mostrado que ciertos ‘hitos temporales’ —inicio de semana, de mes, cumpleaños, Año Nuevo— funcionan como un interruptor mental. Nos ayudan a separar el ‘yo de antes’ del ‘yo de ahora’. Por eso sube la motivación para iniciar metas. Es el ‘fresh start effect’ que no arregla la vida por sí mismo, pero sí empuja a intentarlo con energía renovada.

El problema empieza cuando confundimos ese empujón con una realidad imposible, pues nadie empieza de cero. Llegamos a enero con la misma historia, el mismo cuerpo, los mismos vínculos, las mismas deudas, los mismos duelos… y también con las mismas fortalezas. Las investigaciones sobre autocontinuidad demuestran que la identidad se construye conectando pasado, presente y futuro. Cuando tratamos de borrar el año, perdemos lo más valioso: la evidencia de quién hemos sido, lo que aprendimos y lo que sí funcionó.

Por eso, el mito del ‘reset’ suele terminar en frustración. No porque las metas sean malas, sino porque las planteamos como una ruptura épica y no como una continuidad humilde. Un experimento a gran escala sobre resoluciones de Año Nuevo encontró que las personas con metas de aproximación (‘quiero moverme más’, ‘quiero comer mejor’, ‘quiero dormir mejor’) fueron más exitosas que quienes se enfocaron en metas de evitación (‘no quiero comer X’, ‘no quiero fallar’, ‘no quiero sentirme así’). El cerebro responde mejor cuando lo invitas hacia algo, no cuando lo acorralas contra algo.

Aquí entran los rituales, que son grandes herramientas. Una revisión influyente sobre la psicología del ritual explica que ayudan a regular emociones, a recuperar sensación de control y a reforzar conexión social. Y estudios experimentales muestran que incluso rituales inventados pueden aliviar el dolor de una pérdida, como si le dijeran al cuerpo ‘ya entendí, puedo seguir’. Cerrar el año, entonces, no debería ser una negación, sino una forma de ordenar lo vivido.

Tal vez el gesto más sensato para estos días no sea ‘empezar de cero’, sino ‘empezar de verdad’. Te propongo un ritual sencillo, sin mística: (1) escribe tres aprendizajes —uno doloroso, uno útil, uno inesperadamente bonito—; (2) agradece a dos personas, en un mensaje corto, por algo específico que hicieron; (3) elige una sola conducta pequeña que puedas sostener en enero, y conviértela en un sistema: cuándo, dónde, con qué señal de inicio, y qué harás el día que no tengas ganas. Y, si puedes, que nazca de motivación interna. La evidencia reciente sugiere que esa motivación predice mejor la adherencia que la motivación externa.

Al final, el año no es una página en blanco. Es un cuaderno con tachones, márgenes, notas y algunas frases que te salvaron. No necesitas quemarlo para escribir mejor. Necesitas mirarlo con honestidad, rescatar lo que te construyó, y dar el siguiente paso con decisión. Que tu ‘nuevo comienzo’ no sea olvido, sino continuidad con propósito.

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