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Un país fragmentado

El legado del presidente Gustavo Petro será el estilo de liderazgo que instauró: uno que convirtió la discrepancia en enemistad, la crítica en traición y el debate democrático en un campo de improperios donde hasta la dignidad y respeto de los altos cargos del Estado se ha perdido.

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Luis Fernando Pérez.
Luis Fernando Pérez. | Foto: El País

16 de nov de 2025, 12:42 a. m.

Actualizado el 16 de nov de 2025, 12:42 a. m.

Colombia termina el 2025 con niveles de fractura social que generan preocupación. No se trata solo de la polarización natural de toda democracia, es una fragmentación más profunda, emocional, territorial y política, alimentada lamentablemente desde la propia Casa de Nariño. Como advirtió Yuval Noah Harari, “las naciones se sostienen por las historias que comparten”, y cuando un líder escoge narrativas que dividen, el tejido social de una nación termina rompiéndose. Y hoy el país está roto en múltiples costuras.

El legado del presidente Gustavo Petro será el estilo de liderazgo que instauró: uno que convirtió la discrepancia en enemistad, la crítica en traición y el debate democrático en un campo de improperios donde hasta la dignidad y respeto de los altos cargos del Estado se ha perdido. Hannah Arendt lo describió con claridad: cuando todos mienten, el resultado no es que creamos las mentiras, sino que ya nadie cree en nada; y en los próximos cinco años necesitamos una acción decidida desde todos los actores sociales y políticos para que con urgencia reconstruyamos la confianza en las instituciones y en quienes las defienden. Pero, sobre todo, la confianza en una Colombia posible y que avanza pensando en que no se vale dejar gente y sus territorios atrás mientras lo hacemos.

La función esencial de un jefe de Estado es cohesionar, no fragmentar. Es ofrecer un horizonte compartido que permita que incluso quienes no votaron por él sientan que hacen parte del proyecto nacional. Los grandes líderes a nivel mundial entienden que la autoridad nace de la capacidad de integrar, no de incendiar. Los desafíos del liderazgo contemporáneo son enormes y en todas las democracias del mundo los líderes enfrentan sociedades más diversas, jóvenes más impacientes, territorios más desiguales y comunidades históricamente marginadas que exigen ser vistas. Los jóvenes buscan oportunidades reales, no discursos grandilocuentes; las poblaciones excluidas reclaman dignidad, no promesas vacías; la clase media anhela estabilidad y un rumbo claro; los agentes económicos y de desarrollo requieren reglas, instituciones y un clima que premie la innovación. Ese es el piso ético de una democracia moderna.

Pero cuando el liderazgo divide, todas estas aspiraciones chocan entre sí en lugar de converger. Colombia necesita, más que nunca, un proyecto de país que una. Un liderazgo capaz de escuchar, de sumar, de convocar, de construir confianza entre sectores que hoy se miran de medio lado y con recelo. La batalla política nos tiene que ayudar a buscar el propósito común y el sentido de país y no continuar con las divisiones mezquinas de un discurso destructivo de nuestras fibras sociales.

Sin embargo, la responsabilidad no es única de los líderes políticos, está en nuestro accionar ciudadano y en el valor civil que como individuos y corporativos tenemos de mostrar un comportamiento que confluya hacia la construcción de confianza, a la unión y a la valoración de la diversidad en medio del desencuentro en que tendremos que reconstruir nuestro camino. No podemos vivir como Nación de las experiencias del pasado, ni borrar lo que se hace así no lo compartamos, debemos avanzar con los aprendizajes de lo que funcionó y no funcionó, como todo en la vida. Acordar avanzar implicará realizar consensos que nos tallen e incomoden seguramente, pero ya sabemos que el ego es un mal consejero y debemos dejarlo de lado para reconstruir la manera de hacer acuerdos. Ese es nuestro reto como país fragmentado ad-portas del 2026.

Psicólogo con un MBA de doble titulación de la Universidad Icesi y la Universidad de Tulane, así como una Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown. Fue Viceministro de Educación Superior y gerente de Proyectos de Educación, Gobernabilidad y Desarrollo en la Región Andina para la Fundación Ford.

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