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Jorge Restrepo Potes, columnista.

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Sonido de libertad

No podía ser ajena Colombia a esa horrenda actividad delincuencial, y allí surge Cartagena, nuestro amado ‘Corralito de Piedra’, que se ha convertido en proveedor de esos bandidos de imposible resocialización.

14 de septiembre de 2023 Por: Jorge Restrepo Potes

No soy crítico de cine, pero como he pasado tantas horas de mi vida en la penumbra de los teatros o frente a la pantalla del televisor, me siento con alguna autoridad para decir que Sonido de Libertad es una gran película, que aborda el tema sensible de la trata de niños, niñas y adolescentes, que a mi juicio es el más aberrante de los crímenes que se puedan cometer, y que degradan a sus autores a la condición de bestias salvajes, porque es difícil entender que haya hombres que puedan acceder sexualmente a infantes de ambos géneros, y que experimenten placer en ese acto atroz.

La película es dirigida magistralmente por Alejandro Monteverde, con excelente rol principal de Jim Caviezel, a quien ya habíamos admirado en La Pasión, producida por Mel Gibson, la dura versión del mártir del Calvario, con la escena escalofriante de los azotes que laceraron el cuerpo del Hijo de Dios antes de ser clavado en la cruz.

Sonido de Libertad muestra la operación de quienes hacen negocios recaudando fuertes sumas de los pedófilos, ofreciéndoles chicos y chicas para saciar sus perversas desviaciones sexuales.

Basada en hechos reales, narra los empeños de Tim Ballard, quien por diez años fue agente de Seguridad Nacional de Estados Unidos, su país de origen, de donde salió para dedicarse al oficio privado de rescatar párvulos agredidos por esos criminales, que han montado empresas inmensas para ese turbio propósito.

No podía ser ajena Colombia a esa horrenda actividad delincuencial, y allí surge Cartagena, nuestro amado ‘Corralito de Piedra’, que se ha convertido en proveedor de esos bandidos de imposible resocialización, pues por más que sean condenados a años de cárcel, jamás podrán cambiar sus oscuras conciencias.

Fiel a mis principios liberales, no estoy de acuerdo con implantar aquí la pena de muerte, prohibida en la Constitución Nacional, y me honro de ser pariente cercano de Antonio José Restrepo, quien sostuvo un histórico debate en el Senado con el poeta Guillermo Valencia, este a favor de la pena capital y ‘Ñito’ en contra, en el que salió vencedor el destacado intelectual y político antioqueño.

No se me ocurre cuál pena disuasiva podría intentarse para contrarrestar este flagelo. Desde luego, la prevista en el Código Penal, de 60 años de prisión, es la vida que les queda a los sentenciados, pero aquí hemos dado en la flor de las rebajas y los depredadores salen al poco tiempo de la reclusión para volver a las andadas.

El mundo entero ha acogido esta película, que registra altas taquillas. En Estados Unidos ha recaudado más de 200 millones de dólares, y en Europa y América Latina se exhibe con amplia afluencia de público.

Creo que el tramo del rescate de la niña, comprada por el comandante de una de las guerrillas colombianas, tiene algo de folletín, pero la película requería una parte de aventura, tipo Rambo, en la que el valiente Ballard logra escapar y liberar a la víctima.

Todos debemos ver esta cinta, que ya no es cinta, sino disco, para entender la gravedad de este crimen transnacional que lesiona a quienes más hay que proteger.

Al terminar la función, aplaudí con entusiasmo.

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