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La muerte de Zygmunt Bauman

Cuando un intelectual muere de 92 años, como fue el caso del...

11 de enero de 2017 Por: Santiago Gamboa

Cuando un intelectual muere de 92 años, como fue el caso del filósofo polaco Zygmunt Bauman, desaparecido en días pasados, es difícil sentir una tristeza profunda. Las vidas concluyen al cabo de un tiempo, no hay nada qué hacer y llegar hasta los noventa y de repente morir es algo que solo hoy podría considerarse anómalo. Y a pesar de esto su muerte es un hecho triste, pues Bauman nos había acostumbrado a sus frases implacables sobre la modernidad, ese mundo que él predijo de un modo realmente visionario y que supo analizar y anticipar en sus escritos.Su libro más conocido, el que todos deberíamos tener con subrayados en nuestras bibliotecas, es el famoso ‘Vida líquida’, del 2005, publicado en español por la editorial Paidós. En él, Bauman analiza el mundo de hoy, con su elogio de la velocidad y de la ligereza, bautizándolo con el nombre de ‘sociedad moderna líquida’, “aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y unas rutinas determinadas”. En otras palabras: una sociedad cambiante en la que las ideas, los entusiasmos o paradigmas no permanecen ni son válidos lo suficiente como para representar una identidad, sino que mutan con rapidez, y por ello la misma sociedad se ha visto obligada a desarrollar una capacidad de adecuación a esos cambios, como el líquido que adopta la forma del recipiente en el cual es vertido.El problema en la vida líquida, dice Bauman, es que nos tome desprevenidos y ya no seamos capaces de comprender y asimilar los nuevos patrones sociales con la rapidez con la que se nos presentan. Es el temor a ser obsoleto, a quedarse atrás. A no ver la fecha de caducidad de lo que somos y, de repente, estar por fuera, sin posibilidades de volver. Como seguir de pie en el juego de las sillas. Entonces caerá sobre nosotros esa misma obsolescencia que la sociedad del consumo rápido le aplica a sus grandes novedades, pasado un tiempo. Por eso el héroe de la vida líquida es quien sabe saltar de un lado a otro con rapidez, sin oponerse a nada para no perder tiempo, sin detenerse nunca. Como dice Bauman: “Lo que se necesita ahora es correr con todas las fuerzas para mantenernos en el mismo lugar”. Dominar el arte de la vida líquida es, entonces, aceptar la desorientación provocada por las muchas señales contradictorias y los leves obstáculos. Una cita de Lao Tsé ayuda a comprenderlo: “Fluyendo como el agua avanzas veloz con ella, sin ir nunca contra la corriente”. Solo así, dejándose llevar, podrá el hombre evitar ser excluido. Ser víctima de la vida líquida es quedarse atrapado en un escalón, perder contacto con ese presente perpetuo y veloz. El excluido es el nuevo proletario. Quedó atrás. Alguien soltó su mano, alguien lo apartó. ¿Lo vemos aún, allá a lo lejos? La vida líquida es devoradora y todos somos objetos de consumo, la esperanza de vida útil es breve y la lealtad es motivo de vergüenza, pues ser leal es detenerse, esperar al rezagado. En política, en el arte, en el amor o en la vida. Bauman muere pero nos deja su aterrador análisis, que cada vez es más certero, pues si el 2016 fue el gran chatarrero de muchas ideas nobles —la superioridad moral de la verdad, por ejemplo–, el 2017 se nos presenta como la pista en la que estos héroes sombríos harán trotar a sus potros.Sigue en Facebook Santiago Gamboa - club de lectores