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Las Lágrimas de la 13 con 10 y Ecuajey

Recorridos por cementerios en cuyas lápidas se ven fotos de jovencitos asesinados que dan cuenta de una ciudad que sigue en una guerra a la que pareciéramos acostumbrados.

29 de octubre de 2022 Por: Santiago Cruz Hoyos

En estos días de tantos escándalos de corrupción en Cali, la Feria Internacional del Libro que acaba de terminar fue como una bocanada de aire para una ciudad tan convulsa. Era como si, mientras se caminaba junto al río por el Bulevar, se estuviera en una Cali distinta, una donde en vez de noticias de políticos corruptos, lo que se escuchaba eran las voces sabias de escritores cuyas obras son capaces de rozarle a uno la vida, de hacerlo pensar.

Entre esas voces están las de dos amigos: el escritor Gustavo Andrés Gutiérrez, quien presentó en la Feria su libro Las lágrimas de la 13 con 10 y otras crónicas, y el periodista y salsero Gerardo Quintero, quien acaba de traer al mundo su primer libro, Ecuajey, la ciudad contada a través de la historia de la salsa.

El libro de Gustavo trata sobre la Cali que permanece oculta, olvidada. Historias de los presos que no vieron nacer a sus hijos, que apenas pueden observarlos a lo lejos, cuando caminan encadenados de pies y manos hacia las audiencias mientras sus parejas levantan los bebés tras las vallas, “en señal de triunfo”.

Crónicas de travestis que nadie espera, y que no esperan a nadie. El drama de zapateros ancianos a quienes la pandemia los condenó al encierro y al hambre. Muchachos que dicen “yo soy de Villa”, como si la cárcel de Villa Hermosa fuera su lugar en el mundo, su único destino. Recorridos por cementerios en cuyas lápidas se ven fotos de jovencitos asesinados que dan cuenta de una ciudad que sigue en una guerra a la que pareciéramos acostumbrados.

“Llegué a entender esa cifra de 10.520 menores de edad asesinados en los últimos quince años, según una excelente investigación del diario El País: El mapa de la muerte. 15 años de homicidios en Cali. Para la ciudad es una cicatriz abierta, mal suturada y escondida bajo una camisa. No es pública, nadie la ve”, escribe Gustavo.

El libro también es un testimonio de su huella en Cali, de sus pasos y su afán por ayudar, por proteger a los niños de la violencia a través de la literatura con su biblioteca ambulante, Biblioghetto, levantar comedores comunitarios en días de confinamiento, liderar brigadas para ancianatos, visitar a los condenados o, en otras palabras, resistir, como lo diría uno de sus escritores de cabecera, Mario Mendoza.

“Programas y proyectos para alejar a los jóvenes de la droga, de la delincuencia y de las pandillas se han ejecutado cantidades; unos sin continuidad, otros con oportunidades mediocres de emprendimiento. Mediocres, porque los jóvenes en situación de vulnerabilidad no van a cambiar sus vidas a punta de trapeadores, de sandalias de cuero o ambientadores. Por lo menos, no en la cantidad que necesita nuestra ciudad. Necesitamos que cerca de 500.000 jóvenes tengan verdaderas oportunidades de laborar, de educarse; no con cursos, sino con carreras, con postgrados, con especializaciones y doctorados. Creo que nadie a su paso por la Alcaldía le ha metido la ficha a una esperanza de este tipo.
Qué bueno sería”, escribe Gustavo, y a veces, mientras leo, recuerdo la voz de Andrés Caicedo.

Ecuajey, por otra parte, es un melodioso recorrido por la historia de la salsa en Cali, y cómo los ritmos afrocaribeños transformaron la ciudad. Primero con la Sonora Matancera, cuyo álbum, ‘Navidades’, relata Gerardo, fue un alivio para una Cali aún golpeada por la explosión del 7 de agosto de 1956.

O la llegada después de Richie Ray y Bobby Cruz y su orquesta Los Durísimos, que en los 70 cambiaron el gusto por la música de entonces, y hasta la forma de bailar. Y las influencias de Tito Cortés y Celia Cruz, declarada huésped ilustre de Cali.

Hasta crónicas de acontecimientos más recientes, como la historia oculta del ‘Cali Pachanguero’ del Grupo Niche que aquí, por supuesto, no se debe ‘spoilear’.

‘Ecuajey’ es el viaje musical de un reportero apasionado por la salsa, lo que se hace evidente en cada párrafo, que ningún caleño debería dejar de leer.

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