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“El que permanece en Mí y Yo en él, da fruto abundante, porque separados de Mí nada pueden hacer… Si permanecen en Mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán". | Foto: Getty Images

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Permanecer

Para Jesús, el permanecer es más que todo esto. Es estar en y con Él, es descubrir que la auténtica felicidad está en el hecho de hacerse uno con Él.

28 de abril de 2024 Por: Arquidiócesis de Cali

* Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez, Arzobispo de Cali

“El que permanece en Mí y Yo en él, da fruto abundante, porque separados de Mí nada pueden hacer… Si permanecen en Mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. Mi Padre recibe gloria si dan fruto abundante y se portan como discípulos míos” (Juan, 15, 5.7-8).

Este texto hace parte de la parábola de la vid y los sarmientos, y en ella hay una palabra que se repite ocho veces en solo 8 versículos. Es la palabra permanecer.

El diccionario de la Real Academia define esta palabra así: “Verbo intransitivo. Mantenerse sin mutación en un mismo lugar, estado o calidad. Estar en algún sitio durante cierto tiempo”.

Para Jesús, el permanecer es más que todo esto. Es estar en y con Él, es descubrir que la auténtica felicidad está en el hecho de hacerse uno con Él. En la experiencia del encuentro personal y de permanecer junto a Jesús, el cristiano descubre las razones para vivir de manera diferente y de sentirse verdaderamente libre.

Un día Jesús elige a los discípulos, dice el Evangelista Marcos, y los llamó para que estuvieran con Él, enseñarles y enviarlos a predicar. Por tanto, el permanecer bíblico no es una actitud pasiva, ‘sin mutación’, como dice el diccionario, o simplemente estar por un período de tiempo. Por el contrario, cuando se permanece con Jesús, y estamos en Él y se tiene una actitud activa, la vida cambia y se dan frutos abundantes, entre los que se destacan los frutos del Espíritu Santo: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, conciencia y castidad.

Cuando miramos a nuestro alrededor y nos percatamos de los problemas que nos afligen, tanto entre nosotros como en otros lugares del mundo, a la pregunta sobre sus posibles causas no creo equivocarme en concluir que una causa es cuando nos separamos de Dios, cuando lo consideramos innecesario, cuando lo vemos como un obstáculo, cuando simplemente decimos que no existe y que nos bastamos a nosotros mismos. La parábola es muy clara también al afirmar que “como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en Mí”.

La ausencia de paz, de caridad, de justicia y de armonía en nuestras relaciones, solo puede explicarse en la ausencia de lo espiritual, es decir, de Dios.

Cuando se permanece en la vid, es decir, en Jesús, la fe se fortalece. Jesús escucha nuestras peticiones, nos ayuda con la fuerza del Espíritu Santo, hace posible que la esperanza no se pierda. ¡Y cómo se hace de necesario este don, cuando hay miedos, incertidumbres y preguntas sobre nuestro futuro!

Además, quien permanece con Jesús se hace discípulo, se hace testigo. Es otro fruto maduro del permanecer con Dios.

Si queremos salir victoriosos de nuestras realidades de dolor, la clave es: permanezcamos en Dios. No nos separemos de Él, pues quien permanece en Dios, Dios está en Él, y él en Dios, y en él tenemos nuestro refugio y nuestra fuerza.

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