Columnistas
Periodismo y verdad
Todo acto periodístico es, en el fondo, el resultado de un proceso de investigación.
Siga a EL PAÍS en Google Discover y no se pierda las últimas noticias


1 de sept de 2025, 02:21 a. m.
Actualizado el 1 de sept de 2025, 01:25 p. m.
Si fuéramos rigurosos con la lógica y respetáramos el significado de las palabras, no hablaríamos de noticias falsas, menos aún de ese curioso eufemismo anglosajón, fake news, que parece haber sido inventado con la intención de justificar una práctica cultural vergonzosa pero efectiva. Lógica y semántica enseñan que, si algo es falso, entonces no es noticia.
O mejor: no debería serlo. Cualquier manual básico de periodismo parte de un hecho ineludible: el periodista existe porque hay personas que desean estar informadas con verdad. Del periodismo dijo García Márquez que era el mejor oficio del mundo. Todo acto periodístico es, en el fondo, el resultado de un proceso de investigación. Un periodista confiable solo debe informar aquello que ha comprobado que es verdad, y si publica algo que a todas luces no es cierto, no solo falta a la ética profesional, sino que trueca su profesión en algo ruin y despreciable.
Acontece, sin embargo, que vivimos en una época en la que impera un concepto demasiado débil de verdad. Tomando prestada la metáfora utilizada por el sociólogo polaco británico Zygmunt Bauman, podemos decir que la verdad hoy en día tiende a ser comprendida como algo líquido: fluye, resbala, se adapta, es volátil, sus certezas no son muy sólidas y por eso no es confiable. Esa creencia se ha extendido a todas las actividades humanas que aspiran a ser portadoras de algún tipo de verdad: está presente en las ciencias y las religiones, en el arte y en la historia, en la política y en las instituciones públicas, y, por supuesto, en el periodismo.
Vivimos en medio de una curiosa paradoja: quienes dudan de toda verdad, ingenuamente creen que sí es verdad que procedemos de sistemas sociales, científicos y culturales demasiado sólidos, rígidos, pesados y autoritarios, en los que los promulgadores de la verdad imponían sus dogmas sin que hubiera posibilidad de disentir. Regímenes políticos de izquierda y de derecha, al igual que no pocas religiones, han caído en tales desvaríos, y aunque algunos han tratado de corregirlos, otros no han querido o no han podido.
El hecho es que en el mundo de hoy hay gente que parece cansada de tanta verdad y prefieren adoptar el escepticismo como un nuevo credo en el que no hay verdades confiables, solo sospechosas pretensiones de verdad. Cómo no pensar en Nietzsche, junto con Sócrates, el más incómodo de los filósofos, que ferviente meditaba sobre cuánta verdad seríamos capaces de soportar.
La verdad, lo leí, no recuerdo dónde, pasó de ser algo por lo que era posible ser asesinado a ser algo que ofrece buenas razones para matar. Ahí está contenida nuestra tragedia como especie, y, por tanto, también como país.
Hay personas y comunidades convencidas de que no hay verdades confiables en las ciencias, en las artes, en la política o en las religiones. Allá ellos. Pero haber dejado de considerar que el periodismo y la comunicación entre los seres humanos deben estar orientados e impulsados por la verdad, eso es algo que a todos nos debería inquietar un poco más.
De nuevo, Nietzsche: toda verdad es humana, demasiado humana. Pero eso, a diferencia de lo que algunos piensan, no la demerita ni la anula. Por el contrario: porque es construcción social humana, la verdad debería ser el resultado del esfuerzo y de la preocupación de todos. Solo verdades compartidas nos protegen de los bajos instintos de aquellos que quieren ejercer el poder sin control, sin límites y, por supuesto, sin verdad.

Rector Universidad Javeriana Cali
6024455000





