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Carta a mi hacker

Conmigo el hacker fue particularmente amable, tanto que después de extorsionarme e intimidarme escribió “Los mejores deseos”.

27 de enero de 2019 Por: Paola Guevara

Esta semana me llegó un mensaje intimidante, enviado desde mi propio correo electrónico. Decía que mi cuenta y dispositivos habían sido hackeados y que debía comprar 244 bitcoins o compartirían con todos mis contactos el contenido de mis correos electrónicos.

Inicialmente mi hijo se emocionó. Dijo: “Puedes usar esto a tu favor para ser famosa como Kim Kardashian”, pero le expliqué que mis correos son de lo más aburrido que hay: miles de mensajes a editores, agentes, jefes de prensa, relacionistas públicos, fuentes periodísticas de la sección cultural y compañeros de trabajo.

Al hacker le agradezco pensar que mis correos son tan candentes como para pagar por mantenerlos en secreto. También, que crea que tengo la pericia tecnológica necesaria para comprar bitcoins en la web profunda: me sentí millennial y hasta percibí que una inyección de colágeno colmaba mis líneas de expresión.

Gracias también por darme el argumento de una próxima novela, donde un estreñido y puritano coach de bienestar es extorsionado con revelar una candente vida secreta y carnívora que contradice los valores veganos que promulga.

Mis colegas que cubren noticias sobre ilícitos me contactaron con el Gaula y la Unidad de Delitos Informáticos, y estos me dijeron que lo mismo han hecho los hackers con muchas personas por estos días, aprovechando el terror ocurrido con el atentado en Bogotá. Amenazan incluso con bombas, con la muerte, con secuestros. O son tan puritanos que amenazan con revelar las cuentas porno que ve la gente.

Conmigo el hacker fue particularmente amable, tanto que después de extorsionarme e intimidarme escribió “Los mejores deseos”. Hasta quise devolverle la gentileza con consejos gramaticales, pues cuando amenazaba usaba el tú y el usted indistintamente.

El consejo del Gaula: si les pasa no pierdan la calma, no consignen, no respondan, denuncien. Los terroristas digitales aprovechan el clima de tensión del momento y juegan con los posibles temores de sus víctimas. Los de las mujeres: ser expuestas en su cuerpo o intimidad. Los de los hombres: el peligro físico propio o de los suyos.

Dijo mi hacker, por ejemplo, que se apoderó de la webcam de mi teléfono y que supuestamente lleva meses grabándome en todo tipo de situaciones privadas, y como el 70 % de mi tiempo lo paso ante un teclado, y el resto del tiempo corrigiendo lo que escribí ante ese teclado, leyendo o durmiendo, hasta me sentí mal por no brindar mejor material.

El hacker me llevó a reflexiones profundas sobre mi existencia y prometo vivir, a partir de ahora, una vida más emocionante qué divulgar si vuelven a hackearme. Y al hacker le vendría mejor seguir a gente que urde conspiraciones partidistas, planes para enlodar adversarios o estafas de cuello blanco con bonos premium.

Querido hacker, te avisaré cuando contrate un asistente nativo digital que sepa cómo comprar los 244 bitcoins exigidos, en agradecimiento por conducirme a una vida más prohibida, misteriosa e interesante de la que revelan mis correos corporativos. Para ti, también, “Los mejores deseos”.

Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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