¡Esto da asco!
En medio de todo ese mar de podredumbre, consuela un poco saber que somos muchos los que intentamos mantenernos a flote, dignos, íntegros
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9 de jun de 2022, 11:45 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 11:54 a. m.
“Gritos y acusaciones, mentiras y traiciones, hacen que la razón desaparezca. Nace la indiferencia, se anula la conciencia y no hay ideal que no se desvanezca… Ya no hay izquierdas, ni derechas, solo hay excusas y pretextos, una retórica maltrecha en un planeta de ambidextros...”.
Rubén Blades escribió la letra de ‘Hipocresía’, una de las más duras melodías de su amplio repertorio de crítica social, por allá en 1999. Pero cualquiera podría jurar que se inspiró en lo que ocurre en nuestro país por estos días y que es una canción dedicada a los colombianos.
La he escuchado muchas veces en las últimas horas, en un intento desesperado por encontrar un poco de aire limpio en medio de esta atmósfera densa e irrespirable que ha creado la campaña para la segunda vuelta presidencial.
También se me cruzó en mi ‘playlist del insomnio’ su ‘País portátil’, que aunque escrita y lanzada en el año 2009, igual parece retratar lo que sentimos muchos en Colombia ahora mismo:
“Se vende un país portátil, con su autoestima en el suelo, con un enorme complejo que lo hace antinacional. Es un lugar sin memoria, donde ya nada sorprende, ni ver crimen indultado o a un charlatán presidente. Se vende un país portátil, se ofrece un país portátil, se alquila un país portátil, se empeña un país portátil…”.
Por suerte, cuando ya no parece haber nada más, todavía nos queda la música. Para respirar. Para sobrevivir. Para llorar. Para limpiar. Para proteger. Para salvar.
Eso, especialmente, es lo que intento hacer por estos días mientras observo, ya sin sorpresa, toda la oscuridad que esconde este ‘país portátil’: salvar mi integridad en medio de este caos.
Porque lo que está pasando a una semana de las elecciones simplemente da asco. Escuchar las enormes incoherencias de quienes se proclaman como nuestros salvadores, ver sus formas grotescas de tratar a un país tan fracturado y golpeado, descubrir su desprecio por los valores más elementales de la civilidad, solo provoca náusea.
¿Cómo pretende gobernar alguien que de forma conveniente señaló a todos los políticos de corruptos para ganar en primera vuelta, pero convenientemente ahora se rodea de todos ellos para ganar en segunda?
¿Cómo pretende gobernar alguien que públicamente se vende como el adalid de la transparencia y el cambio, pero conspira con otros en privado para despedazar a sus opositores de forma sistemática?
Si algo ha quedado claro en estos días es que esta carrera demencial no se trata de “salvar la democracia”, “construir un país más justo”, “erradicar la corrupción” o “vivir sabroso”. De lo que se trata es simplemente de lograr el poder sin pudor. Sin importar lo que cueste.
¿Para qué? Vaya usted a saber, porque no hay ideas medianamente realizables, ni argumentos coherentes. Por el contrario, es la feria de la emboscada cobarde, la trapisonda acalorada, el exabrupto conceptual y la puñalada trapera.
Más asqueantes aún -y muchísimo más peligrosas- son esas enormes hordas de ‘zombies’ y ‘trolls’ que gravitan en torno a ambos candidatos. Están en todas partes: en el taxi, en la oficina, en la casa, en la esquina. Y no es que no tengan derecho a defender su posición política, claro que sí.
Es que se creen con el derecho de etiquetar, acusar, descalificar y, llegado el caso, arrasar a ‘sangre y fuego’ al otro, sin siquiera preguntar.
En medio de todo ese mar de podredumbre, consuela un poco saber que somos muchos los que intentamos mantenernos a flote, dignos, íntegros. Aunque eso no tenga valor político. Aunque ya no nos queden más que canciones.

Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.
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