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¿De quién es Cali?

El tapabocas, esa indispensable arma con la que ahora nos defendemos de la muerte, ha ocultado una de las cosas que más amo de Cali: su sonrisa.

24 de julio de 2020 Por: Ossiel Villada

El tapabocas, esa indispensable arma con la que ahora nos defendemos de la muerte, ha ocultado una de las cosas que más amo de Cali: su sonrisa.

Para los que vivimos aquí la sonrisa es un asunto serio. Nunca la fingimos. Es un gesto genuino que se entrega siempre como regalo al otro. Y se expresa en los labios, pero se percibe primero en los ojos.

Por eso, si usted sale hoy a la calle, a pesar del tapabocas notará que aún en las horas más oscuras de este tiempo pandémico, Cali no deja de sonreír.

Pero esa no es novedad. A lo largo de la historia nuestra sonrisa, nuestra alegría en general, ha sido esa oración que hace "que entre el bien y lo malo se vaya". Una suerte de conjuro que nos ha ayudado a renacer de entre las cenizas cuando ha sido necesario. Resiliencia, que llaman los psicólogos. O ‘cuestión de pandebono’, como lo definió el maestro Jairo Varela sin darle tantas vueltas.

Estoy seguro de que esta vez volverá a pasar. Esta ciudad saldrá de esa ‘unidad de cuidados intensivos’ a la que la ha llevado el coronavirus. Y volverá a ser ese Cali Pachanguero que celebra la fiesta cotidiana de la vida, y de la salsa y la empanada con ají y el viento de San Antonio y todo eso que con orgullo llamamos ‘caleñidad’.

Pero creo que no deberíamos conformarnos solo con eso. Hoy, además del reto de cuidar la vida y reactivar la economía, también tenemos por delante el desafío de reinventar a Cali. Y corregir, en ella y en nosotros mismos, todas esas cosas que están mal, pero nos parecen bien.

¿De quién es Cali? Cuando uno hace esa pregunta, la mayoría de la gente aquí tiende a responder que es “de todos”. Suena lindo, sí. Pero no es cierto. Esa respuesta en plural es la mejor excusa que tenemos para no asumir una responsabilidad que es individual y que debería reflejarse en cada pequeño acto de nuestras vidas.

La indisciplina social, que por estos días de cuarentena cunde en todos los rincones de Cali y se convierte en el mejor aliado del virus, es el ejemplo más reciente, pero no el único.

La triste verdad es que aquí cada uno interpreta a Cali como su ciudad, pero solo en función de lo que le conviene. Por eso, nuestro sentido de pertenencia es débil y unirnos en torno a ideas comunes es difícil.

Ese es el resultado de un proceso complejo que el historiador caleño Édgar Vásquez Benítez explicó muy bien en su maravilloso libro ‘Historia de Cali en el siglo 20’.

Aquí nos dimos el ‘lujo’ de crear dos ciudades distintas: la de los excluidos en los cerros y en las orillas del río Cauca, y la de los incluidos, que está en el interior de esos dos límites.

Y, por otro lado, perpetuamos como una tara nefasta esa cultura ambivalente heredada de la hacienda colonial esclavista, donde las relaciones humanas estaban marcadas por la exclusión y también por el paternalismo.

Por eso cada cuatro años, en épocas electorales, el debate político local se reduce a una pelea de clases en la que ha hecho carrera la idea simplista de que “los pobres son los buenos y los ricos son los malos”.

Esa visión maniquea y absurda es la que hace que algunos vean la administración pública como un botín al que se debe acceder para llenarse los bolsillos. Y otros la vean como el ‘papá’ que debe
garantizarles todo, hasta la vida misma que ellos no son capaces de cuidar en medio de una pandemia.

Sí, el clasismo, el racismo, el machismo y el ‘importaculismo’ hacen parte de lo que somos. Es preciso reconocerlo para corregirlo.

¿De quién es Cali? Cali es mía. Es la ciudad que me lo ha dado todo. Y por eso creo que mañana, en su cumpleaños 484, deberíamos regalarle el compromiso de empezar a trabajar para que realmente sea “de todos”.

No es tarea fácil, pero me alienta saber que en medio de todo sigue sonriendo. ¡Feliz cumpleaños, Cali, donde quiera que estés!

(¿Por qué Cali es tuya? Responde, difunde y comparte. #CaliEsMía).

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