Picasso y Rodin, cara a cara

Picasso y Rodin tienen espléndidas casas propias en París. Dos antiguos palacetes del segundo imperio, que acogen sus obras con exclusividad.
La de Rodin tiene un jardín por cuyos senderos se puede encontrar la estatua de Balzac, los Burgueses de Calais, la Puerta del Infierno.
Adentro obras terminadas, esbozos. Una muestra de cómo trabajaba en su proceso de creación, muchas veces inacabado. Las obras de arte son como las catedrales decía, no se terminan nunca. La escena la domina una perfectamente acabada, erótica, perturbadora: el beso, un par de cuerpos desnudos, perfectos, unidos por la pasión.

La de Picasso es el antiguo Hotel Salé, con su imponente escalera de aparato, un ambiente neoclásico para albergar una obra que rompió con todos los moldes clásicos, que revolucionó las formas y las técnicas, que quiebra con el cubismo toda la tradición académica, pero que no se queda allí, sino que sigue innovando, negándose a sí misma, buscando nuevos caminos, hasta la senectud. Entre Rodin y Picasso hay cuarenta años de diferencia. Nunca se conocieron, pues pertenecen a épocas y generaciones distintas. Empero, están unidos por la intensidad y la cantidad de su trabajo incansable, su erotismo, su vocación por la experimentación, su desdén por la crítica y la opinión ajena, y su genialidad.

Y ahora se encuentran cara a cara. Los museos Rodin y Picasso presentan hasta el fin del año una exposición en la que se intercambian y mezclan las obras, para demostrar con una curaduría excepcional los vasos comunicantes entre ellas. La Puerta del Infierno, esa evocación del infierno de Dante lleno de figuras atormentadas, que nunca se instaló en el Museo de Artes Decorativas a la que estaba destinada, enfrentada al Guernica de Picasso, el retrato de una masacre. Dos versiones del apocalipsis, idénticas en su intención de denunciar el dolor humano. El Pensador de Rodin, una figura heroica sentada, con una mano en la quijada, como si fuera el primer pensamiento del hombre primitivo y al lado esa misma figura, de Picasso, deformada por la perspectiva del cubismo concentrada en ese mismo primer pensamiento.

Rodin fue un escultor entrenado en las técnicas del clasicismo que utilizó para romperlas y crear una escultura revolucionaria para su tiempo, que fue la base de todo lo que vino después es ese campo. Su estatua de Balzac es la piedra toral de esa nueva concepción artística: el escritor como una montaña de poder, envuelto como una roca en su abrigo de invierno, el rostro de facciones duras, casi monstruosas, que fue un escándalo mayúsculo, pero reflejaba el poder de la creación. Lejos como es posible de la academia.

Picasso fue también entrenado en la academia, que luego de demostrar que podía pintar como los clásicos, se desborda como un torrente que arrasa formas y técnicas, que utiliza todos los materiales, que sienta las bases del arte moderno en su desparpajo y su ternura. Uno y otro, machos cabríos, implacables, incorrectos a los ojos de hoy, con la mujer y el deseo en el centro de sus obras. Es quizás el carácter revolucionario de ambos en su tiempo, la manera como arrasaron las convenciones artísticas, su creatividad para hacer de esa ruptura el nacimiento de una época, lo que se pone en evidencia al juntarlos. Un par de viejos sátiros geniales que hubieran sido grandes amigos.
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