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Escándalos políticos

Los escándalos políticos son como los souflés, están hechos principalmente de aire. Estados Unidos tiene una historia tragicómica.

8 de enero de 2021 Por: Óscar López Pulecio

Los escándalos políticos son como los souflés, están hechos principalmente de aire. Estados Unidos tiene una historia tragicómica de ellos. Watergate, un intento de robo de tercera clase en las oficinas del partido Demócrata en Washington, que tumba a Richard Nixon de la presidencia. El affaire Lewinsky, un encuentro sexual consentido entre adultos, que casi lleva al impeachment a Bill Clinton. Ernesto Samper dijo en su momento que la única excusa que no podía esgrimir Clinton era que todo había sucedido a sus espaldas.

Barack Obama cuenta en sus memorias que en julio de 2009 todo su equipo se había enfrascado en el complejo tema de reformar el sistema de seguridad social en Estados Unidos, donde los ciudadanos estaban a merced de las aseguradoras privadas, el cual había desatado un gran debate nacional. Decidieron hacer una rueda de prensa para que el Presidente explicara el tema y aclarara las controversias. Fue más de una hora de precisiones técnicas. Al final una periodista con buen olfato le preguntó su opinión sobre el arresto en Cambridge, Massachusetts, del profesor negro Henry Gates de Harvard por un policía blanco, cuando el profesor estaba tratando de abrir la puerta de su propia casa en un vecindario blanco. Obama respondió que eso había sido una estupidez.

Allí fue Troya. Los medios nacionales mandaron sus declaraciones sobre la reforma a la última página, mientras el caso del profesor ocupaba todos los titulares. Durante varios días no se habló de otra cosa: que el profesor había reaccionado con violencia, que no se podía llamar estúpida a la policía, o que era un acto racista. Tuvo que invitar al policía y al profesor a tomarse una cerveza a la Casa Blanca, en lo que se llamó ‘La cumbre de la cerveza’, para acallar el escándalo. Esa reforma finalmente aprobada y hoy demandada ante la Corte Suprema, se convirtió en el Obamacare, un acto histórico de justicia social que casi naufraga por esa metida de pata.

César Gaviria cuenta que una de las semanas más azarosas de su presidencia fue el escándalo en diciembre de 1993, de la presencia de marines en la isla de Juanchaco, que presagiaba una invasión norteamericana, una violación de la soberanía territorial, una no autorizada intervención de tropas extranjeras en territorio nacional, cuando en realidad era un grupo de 150 soldados del fuerte Rucker, en Alabama que estaba legalmente en Colombia en desarrollo de un acuerdo de cooperación para construir obras sociales, y que ayudaba a construir una escuela, como se aclaró después, pues hasta el Consejo de Estado pidió explicaciones al Presidente. Dice Gaviria que tuvo que dejar de lado todo para ocuparse del asunto.

Detrás de esos escándalos hechos con nada, se esconden dos cosas: una, el sagrado derecho de la oposición política a amargarle la vida al gobernante de turno. La consigna es no perdonarle una. La otra, más importante, es que detrás de esas cosas baladíes se esconden cosas importantes. En Estados Unidos el sentimiento en la comunidad negra de que la policía es su enemigo, tan arraigado que hoy ha hecho explosión de nuevo con el movimiento ‘Black Lives Matter’. Y en Colombia el nacionalismo, que es una forma primitiva de ser patriota, y el antiimperialismo, que es el sentimiento de autodefensa contra un poder absoluto. Son esas crudas realidades las que le añaden gasolina a un fuego fatuo.

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