Columnista
Oda al corroncho
El corroncho ha sido descrito como una persona limpia, incontaminada, elemental de espíritu, candorosa, sencilla y pura...
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12 de ago de 2025, 03:22 a. m.
Actualizado el 12 de ago de 2025, 03:22 a. m.
En los departamentos de Córdoba, Bolívar y Sucre, se les decía “corronchos” a los campesinos que vivían en el monte (lo que hoy se llama zona rural). Era un término despectivo, usado para referirse a personas que salían muy poco a la ciudad y desconocían los adelantos de la civilización. Con el tiempo, eso ha ido cambiando; ese personaje ya no existe como antes.
Cuando me fui a estudiar a Cartagena, en el mítico Colegio De La Esperanza, éramos más de mil internos de toda la Costa Caribe, incluyendo panameños, venezolanos, isleños de San Andrés, y también de Aruba y Curazao. Los cartageneros, que estudiaban como externos con nosotros, se creían descendientes de príncipes y de abolengo, y nos decían “corronchos” despectivamente.
Con mi compañero de pupitre, Juan Gossaín, a puño limpio (y alguna que otra patadita, pero no de la buena suerte), nos hacíamos respetar junto a Simón Lombana, e Irene Banquett, al “flaco” José Vicente Pérez, cereteanos de raca mandaca y braveros como Maxito Flórez, de Montería. Entonces nos llamaron a una paz y buena convivencia. De ahí surgieron grandes amistades que aún perduran: con los hermanos Zeni, los hermanos Suárez (beisbolistas de la Selección Colombia), “El loco” González, Haroldo Calvo y otros que nos respaldaban, como Víctor Turpin, Anastasia Barrios y “el negro” Gabriel Pautt, beisbolistas también de la selección colombiana. Grandes amigos.
El corroncho ha sido descrito como una persona limpia, incontaminada, elemental de espíritu, candorosa, sencilla y pura, como la rama de un matarratón, como el caminito que hacen las hormigas, como el cegajo de un burro. El corroncho nunca había visto un carro ni el grifo de un acueducto, porque bebía agua de la acequia con las manos. No conocía la luz eléctrica porque lo alumbraba la luna. Comía de lo que daba el río y el suelo.
El término se deriva, dicen, de la costra más ordinaria de los árboles. Luego se asoció con el nombre de un pescado de aspecto rústico. Ese término también lo utilizaron los “cachacos” para referirse a los costeños que estudiaban en Bogotá a principios del siglo XX. Se referían a quienes hablaban en voz alta, reían a carcajadas, personas que consideraban ordinarias y de mal gusto. Así se regó ese apodo, usado como agravio, creyendo que el supuesto “corroncho” era un ser bruto, salvaje, áspero. Pero no es así.
El corroncho es un campesino con un léxico diferente al de los citadinos. Su forma de hablar es castellano puro. Representa la naturaleza, la pureza, la amabilidad; inspira ternura y respeto. Es gente que vive en el monte, que hace negocios de palabra, que es auténtica, honesta, que lleva la alegría en los labios y no anida la maldad en el corazón.
Cada uno de nosotros, que nacimos cerca del campo o en pueblos, llevamos un corroncho dentro que difícilmente deja de ser, porque es la naturaleza misma la que nos ha condicionado así. Ya se ha perdido un poco de esa idiosincrasia nativa de pueblos y veredas del campo colombiano —diría, incluso, de los campesinos de Latinoamérica—, que también tienen el alma de corronchos.
Es sinónimo de hombre honrado, de palabra, auténtico y eso es universal, los hay en diferentes lugares del planeta y otras latitudes donde exista el campo natural.
El que yo conocí en mis días de infancia era un personaje vestido con camisas coloridas, abarca de tres “puntá”, sombrero “vueltiao”, pantalón caqui, siempre sonriente, alegre, saludador y respetuoso. A las damas les decía “niña”, y a los empleadores o patrones les decía “blanco”.
Ese personaje, para mí inolvidable, representa al hombre puro, limpio, trabajador, que inspira respeto y que respeta a sus semejantes. David Sánchez Juliao, amigo de la infancia y pariente lo describe: corroncho es aquel que camina por las calles del pueblo y cuando llega a su casa no tiene nada porque en el trayecto lo ha regalado todo.
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