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No creo en brujas, pero…

Me convencen más las brujas de a pie, las urbanas, las que no echan carreta quiromántica, nada saben del Tarot de los Bohemios y desconocen la baraja española.

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Medardo Arias Satizábal
Medardo Arias Satizábal | Foto: El País

23 de oct de 2025, 03:05 p. m.

Actualizado el 23 de oct de 2025, 03:06 p. m.

A medida que culmina el año, las tardes se oscurecen con la llegada de las lluvias. En Norteamérica la bruma envuelve el fin del día y en los árboles vuelan pequeños fantasmitas de tela, todo en preparación del último día de octubre.

No creo en brujas, pero mi hermana asegura que vio volar una, mientras lavaba unos platos junto a la ventana de la cocina. Como me interesan estas referencias desde el punto de vista literario -sean reales o no- pedí detalles. Ella dice que alzó la vista a la luna, entonces llena y redonda, y vio de pronto la silueta perfecta de una bruja, encaramada en una escoba, volando a través del plato luminoso. Su visión fue tan estereotipada, tan de lugar común, que, imaginé, fue el calco perfecto de algún dibujo, repetido en la memoria. Por ese camino, el de la bruja cruza lunas, es fácil llegar entonces a la nariz puntiaguda, al sombrero negro, al lunar de carne en la mejilla, los zapatos de hebilla y la carcajada estentórea.

Me convencen más las brujas de a pie, las urbanas, las que no echan carreta quiromántica, nada saben del Tarot de los Bohemios y desconocen la baraja española. Se discutirá, científicamente, si es o no brujería que ella te llame exactamente en el momento en que la piensas; que sepa, también, con precisión, qué palabras ibas a elegir en determinado momento, o cuál fue el pensamiento que se barruntó, primero en el corazón y luego en la mente. Esta clase de brujas cotidianas sí producen miedo, porque son capaces ya no de sacrificar un mundo para pulir un verso, sino que van a la guerra para saber cuál es el tono de blusa que le va mejor a un jueves, o cuántas gotas de salsa teriyaki cayeron accidentalmente en la sazón de unos fríjoles. Como saben un tantito más que el demonio, jamás podrás engañarlas.

Además, -suéltate de este grillo si puedes- te conocía ‘suficientemente’ antes de verte, pues ya, hace muchísimos años, te vio en sueños. Este es el destino del predestinado. Nada que hacer.

Mi abuelo, que había nacido en Barbacoas, a orillas del río Telembí -dicen que cuando Eduardo Santos estuvo ahí y vio las piedras al fondo del agua cristalina, manifestó que si Jesús hubiera conocido el Telembí, no se hubiera bautizado en el Jordán- aseguraba que las brujas, las de escoba y sombrero, existían. Que había una escuela de brujas en Panamá, y que había sido testigo de la caída de una en pleno manglar. La bruja, seguramente novicia, perdió vuelo y se dio de bruces contra un chiquero. La molieron a palos, pero ella se levantó y salió trotando convertida en mula. Así descubrieron que era la amante de un cura.

La permisividad con prácticas de brujería, hace que hoy millones de niños esperen anhelantes las próximas aventuras de Harry Potter, y otros miles vayan este domingo por las calles del mundo en este fin de octubre, ataviados como duendecillos. Por menos, quemaban a las mujeres en Salem, un pueblecito de Massachusetts. Más que los varones, por ser tan listas o ‘abejas’ las mujeres han sido tradicionalmente acusadas de brujería.

La brujería sobrevive en las grandes urbes. Un avisito luminoso en mitad de Manhattan, con una puerta abierta hasta el amanecer, habla de ello, a veces con una mano en neón. También están sus huellas en Galicia, al norte de España, donde se hacen conjuros con orujo y talismanes de piedra negra.

El Halloween, o ‘Samhain’, palabra que en irlandés antiguo traduce ‘fin del verano’ celebra la llegada de los ‘días oscuros’, el preludio del invierno. Esta fiesta fue traída a Norteamérica en 1840 por los días de la famosa ‘Hambruna de la papa’, cuando los irlandeses vieron escasear alimento en sus casas. ‘Trick or treat’, trato o truco, las brujas están de vuelta. Están frente a ti y leen tus pensamientos.

Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.

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