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Mandan los muchachos

Ya no es extraño ver imágenes de los presidentes y primeros ministros en el mundo entero rodeados de sus pequeños hijos.

17 de agosto de 2018 Por: Muni Jensen

En los últimos años la política mundial ha vivido un evidente relevo generacional en el que los gobernantes de más de sesenta y setenta años han cedido paso a los de treinta y cuarenta, saltándose a los cincuentones casi por completo.

Ya no es extraño ver imágenes de los presidentes y primeros ministros en el mundo entero rodeados de sus pequeños hijos. La foto familiar de nuestro nuevo presidente Duque con sus niños, las noticias sobre el pago por parte del Estado para la niñera de los hijos del primer ministro canadiense Justin Trudeau, y el entusiasmo y crítica que despierta el apuesto Emmanuel Macrón en Francia, son solo algunos ejemplos.

En España el pausado Mariano Rajoy, de 63 años, entregó las banderas de su partido a Pablo Casado de 37 años, y la batuta del gobierno al mediático Pedro Sánchez de 46. Entre los dos, que representan a los partidos tradicionales, le arrebataron el discurso del cambio a los treintañeros de los partidos más nuevos, Iglesias y Rivera.

Hasta en las dictaduras hay relevo. En Corea del Norte, Kim Jong-Un con aproximadamente 30 años (nadie sabe con exactitud su edad) heredó el mando de su padre.

Aunque en principio este auge de líderes jóvenes es esperanzador, y ver caras nuevas limpia el escepticismo y el hastío con la política tradicional, no siempre la juventud representa el cambio, ni la limpieza, ni la renovación.

Bordeando los años noventa pasó algo parecido a lo de ahora en el continente americano. Llegaron al poder nuevas caras como Fernando Collor de Melo en Brasil, Alan García en Perú, Salinas de Gortari en México, César Gaviria en Colombia, y Bill Clinton en EE.UU, prometiendo uniones comerciales, futuro, modernidad, y aportando aire fresco a las Cumbres de las Américas. Ahora ya setentones, sólo a los dos últimos se le reconocen sus méritos.

La juventud, ya sabemos, no es siempre sinónimo de transformación. De hecho, los arquitectos del cambio en los últimos años han sido los viejos.

El Papa Francisco sostiene el tambaleante timón de la Iglesia católica con su discurso sencillo y su enfoque hacia los pobres. Y el septuagenario Pepe Mujica con su sencillez supo definir mejor que nadie los problemas del continente desde su pequeña casa en un rincón de Uruguay.

Mientras tanto, el presidente más joven del mundo, Sebastián Kurz de Austria, con solo 31 años, gobierna pregonando la xenofobia y el odio a los inmigrantes con un pensamiento extremista. De modernidad, nada.

Estados Unidos es un caso aparte, donde los progresistas son viejos o mayores y todos los demás también. El presidente Trump tiene 72. El que posiblemente se convertirá en su principal rival en las próximas elecciones, Joe Biden, tiene 75. La líder demócrata en el Congreso, Nancy Pelosi tiene 78, y el político que más entusiasma a los jóvenes es Bernie Sanders quien cumplió 76. No se asoma ningún Kennedy ni un Obama para redibujar el país.

Hay nostalgia de nuevas generaciones, sí. Y da ilusión ver caras frescas y nuevas ideas, pensamientos modernos, igualitarios, sin ‘ismos’, sin discriminación y con tolerancia. Son mejores aun cuando vienen cargados de bagaje, de estudios, de libros leídos y largas conversaciones con mayores, curtidos de trabajo honesto y de recorrido y planes alcanzables.