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El hombre que fue pájaro

Mientras leo acerca de Frida Kalho y me entero que si viviera...

9 de julio de 2015 Por: Medardo Arias Satizábal

Mientras leo acerca de Frida Kalho y me entero que si viviera estaría cumpliendo 108 años, me asomo también a la vida de un colombiano al que conocí tarde. Jamás supe de sus hazañas. Tenía vocación de pájaro; o, mejor dicho, nació pájaro y le tocó ser antioqueño y llamarse Johnatan Flórez. Saber de su vida, de sus proezas, me ha hecho pensar que algunos sueños pueden ser realidad. Cuando la vida acude serena y pródiga solemos soñar en colores y, en el mejor de los momentos, rapsodiamos en pleno vuelo, a cielo abierto, entre cañones y montañas nevadas, con las ovejas allá abajo y el mar cercano, y ¡fuaazz!, pasamos a ras de agua como Martín Pescador, y seguimos desde arriba la mancha de un cardumen en el océano.No sé realmente de qué estaba hecho Johnatan. Lo cierto es que no conocía el miedo. Nació sin nervios. Sé por experiencia que ningún pájaro se llama Johnatan. El profesor Juan Fernando Conde, que sí sabe de pájaros, ha registrado en la fauna del Valle del Cauca al Carpintero Buchipecoso, al Bichafué Gritón, al Gavilán Caminero, al Bienparado y al Mirapalcielo. Yo, como simple mortal que admira los alados, me he limitado a dejarles alpiste en el balcón a los Sicalis o canarios de montaña, y agua dulce a los colibríes. Los bananos ya muy atigrados se los obsequio a los azulejos, que protestan en gallada frente a mi ventana cuando no pueden picotear esa pulpa dulce que tanto les gusta, la misma que debo poner muy de mañana, así que al terminar el día sólo quede la cáscara. Sacar este exquisito bocado en las tardes, tiene el riesgo de ser, ya al atardecer, un banquete para murciélagos.Johnathan, decía, tenía sus propios rumbos en el aire. Se aburría a ras de tierra. Hubiera podido ser un próspero tendero en Envigado, o en Sabaneta, o un hábil cultivador de flores en Rionegro; o un ciclista de alta montaña, o mayorista de pescado seco en el Amazonas. Pero prefirió volar; decía que amaba el vuelo desde niño. Observaba a las libélulas, a los cucarrones que tienen vocación de helicóptero y zumban suspendidos sobre las corolas, miraba pasar a los aguiluchos y envidiaba ese frescor debajo de las alas de los gavilanes. Y sobre todo, la paz atenta en los ojos de las águilas, un gesto que ensayó muchas veces antes de aterrizar en las explanadas del mundo.Y creo que lo logró. Si vemos ahora estos vídeos donde Johnatan conversa con sus seguidores antes de saltar en los Alpes o en Monserrate, o en Suiza, donde perdió la vida, o en China, podemos compartir el vértigo de verlo descender como un pájaro, y reparar en la tranquilidad de sus gestos, en su alegría, que no otra cosa era la sonrisa que esbozaba cuando, en pleno dominio de su hazaña, se daba a mirar los bosques, los ríos chiquitos allá abajo, las carreteras, el mar, el brillo de espejo en las quebradas.Hay tantos colombianos cometiendo actos heroicos, diariamente, que uno se congratula con la vida por tanto valor, tanta limpieza espiritual, tanto arrojo. Johnatan Flórez arriesgaba la vida en cada salto y él lo sabía. Era consciente de ser actor principal en un deporte de altísimo riesgo. La escalera de su vida alcanzaba otro peldaño cada vez que podía sentirse pájaro. Cuando volaba, lograba transmitir esa emoción de ser un hombre excepcional. “Cuando era niño, siempre me gustó volar, saltar desde alguna altura…”, decía en una de estas filmaciones que ahora circulan en las redes como homenaje a su memoria.Los pájaros que no han podido ser hombres, ni les interesa, gorjean ahora por los cielos, al ver como un digno émulo de sus travesías, tronchó sus alas en un barranco en Suiza. lcaro existió, y era colombiano. No tuvo un Dédalo que le advirtiera del riesgo de volar tan alto, para no ver la cera de sus alas derretidas por el sol, ni tan bajo que pudiera encarar la parca. Temprano.

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