Las preguntas más difíciles

He llegado a la conclusión que mucha gente habla demasiado para evitar que le hagan preguntas complejas. En Derecho por ejemplo se le tiene pavor a los interrogatorios de parte porque todo puede sobrevenir allí. Un abogado hábil tiene la sagacidad para desestabilizar al interrogado sin hacer preguntas improcedentes, pero si lo suficientemente detalladas para poner en peligro la contraparte.

Sin duda el mundo sería más fácil de llevar sobre afirmaciones que sobre preguntas. Seguramente porque una afirmación se la puede llevar el viento pues no hay obligación de refutarla, pero en cambio una pregunta exige una respuesta. Esta semana por ejemplo cuando un periodista le preguntó a Donald Trump sobre su participación o no en los archivos del pederasta Jeffrey Epstein, el arrogante mandatario se sintió entre acorralado e indignado por la pregunta y le contestó con dedo altivo: “Quiet, quiet, piggy” que ni más ni menos sería como decir “Silencio, silencio, cerdito”.

Y es que todos le tememos a las preguntas como consecuencia de un pecadillo, por venial que sea. En la picaresca criolla, hay una anécdota real. Un conocido empresario con fama de picaflor, ya fallecido, llegó a la madrugada a la casa. Su esposa le preguntó que dónde había estado hasta tan tarde. “En el club, mija” respondió mientras tembloroso se terminaba de poner la pijama. “¿Y con quiénes hasta esta hora?”, el donjuán asustado comenzó a mencionar una lista de los primeros 5 amigos que se le vinieron a la cabeza. Al día siguiente en el desayuno, ella insistió: “¿Dónde era que estabas anoche?”. “Ya te dije que en el club”, dijo el pillín, pero ante la pregunta de quiénes eran los amigos, cuando estaba tartamudeando el décimo nombre, enfurecido le dijo a ella: “No insistas con tus preguntas, ¿que no ves que me confundo?”. Es que sostener un pecado frente a una fiscalía inquisidora es muy complejo.

En este escenario conyugal, otro capítulo de preguntas sorpresivas y terribles son las que tienen que ver con el celular. Por ejemplo “dejaste el celular en la casa. ¿A qué hora llegas para hacerte varias preguntas?” o “Llama nuevamente la tal señora de los tamales. ¿Y es que cuántos pedidos le vas a hacer?”.

Si eso es en la casa, no me quiero imaginar las preguntas que se les hace en indagatoria a los delincuentes: “Diga usted exactamente dónde estaba la noche del 31 de octubre a las 11:33 pm”.

Hay gente muy aburridora que siempre está haciendo preguntas tan difíciles como complejas. Pasan de la filosofía a la astronomía con una facilidad como interrogadores sin tener piedad con el interrogado: “¿¿para ti qué es la conciencia?” o “¿Qué te indica el universo que debes hacer?”, pero es preferible eso a cuando la amante pregunta: “¿Dime exactamente qué soy yo para ti?” o el médico, mientras mira preocupado los exámenes: “¿Cómo es que usted con esos síntomas y estos exámenes no había venido antes?”. O la novia con el calendario en la mano pregunta: “¿Tú te acuerdas exactamente en qué fecha hicimos el amor finalizando el mes pasado?”.

Y en política hay preguntas que se lanzan con mala intención, pero la clave es que la respuesta perversa la tenga el público y así se afecta el contrincante. No como alguna vez, cuando en nuestros 20 años hacíamos política y en una asamblea gigantesca de juventudes en el Concejo Municipal un muchacho líder pretendió hablar mal de Alfonso López Michelsen, rival de nuestro candidato Álvaro Gómez Hurtado. En su discurso dijo a grito herido: “Les pregunto: ¿Quién mandó a matar a Mamatoco?”, todos los jóvenes que allí estábamos no teníamos idea de ese tema, hasta que en medio del silencio sepulcral alguien gritó: “¡Tu mamá!”. Moraleja: no solo hay que saber contestar, sino saber también preguntar.