Columnista
Las cosas por su nombre
Las promesas de una eventual moderación en el petrismo terminaron siendo uno de los más desacertados pronósticos de la política nacional
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1 de dic de 2025, 01:06 a. m.
Actualizado el 1 de dic de 2025, 01:06 a. m.
Por más que algunos insistan en tomar caminos de relativismo político y negar la gravedad del actual momento nacional, cada vez queda más claro que Colombia ha sido gobernada durante estos cuatro años por una de las administraciones más extremistas y sectarias de todos sus tiempos.
Los sesgos del gobierno Petro en su visión de la economía, la política, las relaciones internacionales y la historia de Colombia evidencian cada día más que el presidente prefirió liderar un gobierno radical y de claro encierro ideológico antes que procurar un mandato de coalición y de consensos con otros sectores políticos. Las promesas de una eventual moderación en el petrismo terminaron siendo uno de los más desacertados pronósticos de la política nacional, mientras el tono del presidente contra sus críticos se vuelve más enfurecido y beligerante.
Rápidamente quedó atrás la promesa de muchos sectores de la política nacional, desde partidos de centro izquierda e incluso algunos sectores tradicionales, que prometían que Petro había aprendido de los errores de su alcaldía de Bogotá y que gobernaría desde la moderación. No solo no resolvió muchas de las falencias de su liderazgo vistas durante su paso por la Alcaldía, sino que en muchos casos las profundizó. Sus interpretaciones radicales de la historia del país, su desafío ante cualquier institución que lo cuestione y la inestabilidad de sus equipos de trabajo cada vez parecen agudizarse más.
Ante cada ocasión en que la campaña del continuismo del proyecto petrista repite que su administración no ha sido extremista, hay que devolver a la memoria cada una de las ocasiones en que el gobierno Petro ha emprendido su discurso contra la prensa, ha llamado ‘nazis’ a sus críticos y ha llamado a desenvainar espadas contra el Congreso cuando sus reformas no son aprobadas al pie de la letra. Esa no es la actitud de un demócrata ni de un dirigente moderado, y en épocas de campaña el país no puede olvidar el inusual grado de sectarismo que se ha impulsado desde el poder.
La tesis desde la orilla del petrismo hace cuatro años consistía en que el candidato Petro es un liberal de avanzada y un dirigente de una izquierda moderada. Sin embargo, su respuesta ambigua ante el fraude electoral en Venezuela y la crisis desatada con Estados Unidos son dos episodios que han evidenciado que su afiliación política es mucho más cercana a la de la más vieja izquierda, ortodoxa e inflexible.
Mientras la narrativa de negar los radicalismos en tiempos de campaña y exhibirlos con orgullo durante cuatro años parece ser la misma de antes, decenas de candidatos moderados luchan por mantener la vigencia en una contienda que ha premiado a las más extremas opciones. La apuesta de quienes creemos en la gestión respetuosa y cívica de las diferencias en la democracia debe ser que la moderación vuelva a estar de moda. Y recordarle a los electores que no están condenados a seguir escogiendo entre las barras bravas de una baraja tan amplia.
Porque no hemos aprendido nada como país si hacia 2026 la ciudadanía vuelve a caer en la narrativa de que la izquierda radical del petrismo no es extremista ni propone tesis abiertamente riesgosas y cargadas de retroceso. Estos cuatro años han sido de gran división para toda la nación y en ningún momento el presidente Petro se detuvo a pensar que la reacción responsable era bajarle al tono y ofrecer gestos conciliadores a otros sectores.
Las cosas hay que llamarlas por su nombre y a estas alturas nadie puede decir que no sabía que el presidente Petro es un radical.
@fernandoposada_

Politólogo de la Universidad de los Andes con maestría en Política Latinoamericana de University College London. Es analista político para varias publicaciones nacionales e internacionales, y consultor en temas de política pública, paz y sostenibilidad.
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