Columnistas
La tiranía de las minorías
Lo urgente se aplaza, el ruido manda y la distracción, curiosamente, acaba beneficiando al distractor. ¿Casualidad?
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24 de nov de 2025, 12:36 a. m.
Actualizado el 24 de nov de 2025, 12:36 a. m.
El arma de destrucción masiva está en nuestros dedos y, por ahí mismo, se escurre la democracia. Las bodegas digitales no descansan y las redes convierten gestos mínimos en tormentas que arrasan cualquier debate. La viralidad aplana los matices, la emoción eclipsa la evidencia y los sesgos se aceleran en plataformas hechas para confirmarnos. Nunca hubo tanta libertad de expresión y nunca pensamos tan poco por cuenta propia.
Esa dinámica no se reduce a las pantallas, se cuela en nuestras rutinas, incluso en charlas que antes eran tranquilas. En redes, en familias y en grupos de amigos, basta pensar distinto para quedar al margen, y quienes se dicen moderados retroceden y, al hacerlo, ceden el mando a los más ideologizados. Así opera la tiranía de minorías que vuelven cualquier diferencia, una herida y el ambiente un campo de desconfianza.
En nuestra comarca tropical, se cambia de tema con la misma velocidad con que el presidente cambia de confidencia. Los debates sobre seguridad, salud o educación se desinflan cuando el país corre detrás del morbo que despierta el último monólogo. Lo urgente se aplaza, el ruido manda y la distracción, curiosamente, acaba beneficiando al distractor. ¿Casualidad?
En su libro Propaganda publicado en 1928, Edward Bernays, publicista y periodista austriaco, mostró que un grupo pequeño y disciplinado puede moldear la percepción colectiva cuando conquista el espacio simbólico de la discusión pública. Sostenía que una sociedad no necesita mayorías para ser orientada, basta un núcleo decidido capaz de imponer los filtros a través de los cuales nos decimos capaces de interpretar nuestro entorno.
Años después surgieron las llamadas reglas de Goebbels, atribuidas al jefe de propaganda nazi, que explicaban la lógica del adoctrinamiento político, una lógica que eludía lo abstracto y apelaba a la emoción, repetía falsedades hasta volverlas verosímiles, simplificaba la realidad y sostenía un enemigo permanente para mantener cohesionados a los propios.
¿Nos resulta familiar? La trampa se cierra cuando la ideología deja de ser opinión y se vuelve camiseta, ese instante en que obedecemos más del límite de nuestra lucidez. La conversación pública se rompe en bandos sordos entre sí y la polarización desgasta el juicio crítico, un desgaste que ya sentimos quienes vivimos hartos de tanta podredumbre.
Aceptémoslo, más de una vez hemos terminado como idiotas útiles del populismo, mientras la moderación, que no es cobardía ni tibieza, sino confianza en las instituciones por encima de las pasiones, queda demonizada. Algunos lucran con la furia ajena, pero la gran masa que permanece al margen, aun sabiendo que no gana nada, se deja arrastrar sin preguntarse qué pierde con cada impulso virulento.
Salir de esta turbulencia emocional y política exige más que buenos deseos. Debemos cambiar de corriente y evitar aguas que solo hunden en la confusión. El primer paso es recuperar la mesura: escuchar sin gritar y disentir sin destruir. La buena política necesita voces firmes sin furia y convicciones sin fanatismo. No nos vencen los extremos; les entregamos las llaves.
Y de su lado, ¿podrán los políticos moderados, esos técnicos que saben qué hacer, pero no levantan en encuestas, abrirse paso en este lodazal? La respuesta no anima, aunque aún no está nada dicho. Alienta que sus voces recuerden que una nación no avanza cuando entrega su destino a quienes confunden intensidad con razón, y que aún estamos a tiempo de no ceder a la debacle.
Claridades: Sobre cómo deben comunicar los impopulares, y no pocas veces incomprendidos, hablaremos la próxima semana. Un anticipo: la compostura también puede convertirse en una épica si quienes la encarnan dejan de explicar el mundo y empiezan a inspirarlo.

Consultor internacional, estructurador de proyectos y líder de la firma BAC Consulting. Analista político, profesor universitario.
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