Columnistas
La noche en que la música bendice al mundo
Terminar el año bajo el signo de lo solemne no es un gesto anacrónico, sino profundamente humano y espiritualmente necesario.
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31 de dic de 2025, 02:51 a. m.
Actualizado el 31 de dic de 2025, 02:51 a. m.
Bach, ese gigante cuya música parece respirar al ritmo mismo de lo eterno, nos ofrece —en el día que cierra un ciclo vital y abre otro— una ocasión privilegiada para elevar el espíritu en un acto de gratitud. Pocas obras expresan mejor esta alabanza que el Magnificat en Re mayor, donde la exultación de María se vuelve también el canto de quienes reconocemos, al finalizar el año, que la Providencia ha sido silenciosamente generosa. En esa arquitectura de luz, Bach transforma el texto sagrado en un espacio sonoro donde la fe se expande, se purifica y se vuelve celebración.
En este tránsito del tiempo, la música de Bach se convierte en refugio interior y en cima espiritual desde donde contemplamos, con humildad luminosa, el camino recorrido. Obras como la Misa en si menor, las cantatas de Año Nuevo —en particular la BWV 16— o el Oratorio de Navidad constituyen verdaderos actos de acción de gracias por el año que concluye y plegarias confiadas por el que comienza. No es casual que Bach firmara sus partituras con Soli Deo Gloria: para él, componer era un acto de alabanza; escucharlo hoy es también una forma de agradecer, purificar el corazón y renovar la confianza.
Terminar el año bajo el signo de lo solemne no es un gesto anacrónico, sino profundamente humano y espiritualmente necesario. Frente al ruido y la dispersión que suelen dominar las últimas horas del calendario, estas grandes obras invitan al recogimiento, a una pausa donde el tiempo deja de ser mera sucesión y se convierte en memoria ofrecida. La solemnidad no es tristeza, sino densidad espiritual: conciencia de estar ante algo que nos supera. No se trata solo de despedir un año, sino de consagrarlo interiormente, de devolverlo —con sus luces y sombras— al misterio de Dios.
Desde otro horizonte estético, pero en profunda sintonía espiritual, se inscribe la tradición de despedir el año con la Novena Sinfonía de Beethoven. Cada 31 de diciembre el Himno a la Alegría transforma la noche final del calendario en un acto colectivo de reflexión y esperanza. Más que una obra musical, la Novena se ha convertido en un rito civilizatorio que invita a la reconciliación y a la fraternidad posible. Su inicio favorece un examen interior del tiempo vivido, y su culminación coral proclama, con palabras de Schiller, que todos los hombres están llamados a reconocerse como hermanos.
A este arco de elevación espiritual se suma, como ocasión suprema y profundamente solemne, la Missa solemnis de Beethoven.
Si la Novena abraza al mundo desde la fraternidad humana, la Missa solemnis se eleva como ofrenda radical y súplica ardiente, escrita —según el propio compositor— “desde el corazón, para que vuelva al corazón”. No es música de celebración exterior, sino de recogimiento extremo; su Agnus Dei, con su clamor por la paz, resuena hoy como oración urgente para una humanidad herida.
Así, Bach y Beethoven trazan un arco completo: desde la alabanza confiada del Magnificat hasta la súplica ardiente de la Missa solemnis; desde la arquitectura divina que ordena la fe hasta el clamor humano que busca redención. En la noche que despide un año y abre otro, estas músicas no solo acompañan el paso del tiempo: lo bendicen.
Señor, origen y plenitud del tiempo, al concluir este año ponemos ante Ti nuestra vida. Te damos gracias por los dones recibidos y confiamos a tu misericordia nuestras fragilidades. Como en el Magnificat, reconocemos que todo bien procede de Ti; como en la Missa solemnis, te pedimos la paz verdadera, nacida de la verdad y la reconciliación. Concede que el tiempo nuevo nos encuentre firmes en la fe y perseverantes en la caridad, y que nuestra vida, afinada por tu gracia, sea Soli Deo Gloria. Amén.

Docente pedagogo y especialista en Filosofía y Letras, con experiencia en relaciones humanas, ética empresarial y gestión cultural. Divulgador de la música culta, integra rigor académico y sensibilidad artística. Su labor impulsa la formación cultural del país.
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