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Triposis

Por alguna razón, la humanidad ama las ternas. Quizá sentimos que a partir de tres los argumentos o los ejemplos toman fuerza y empiezan a configurar una teoría sólida

29 de noviembre de 2017 Por: Julio César Londoño

Por alguna razón, la humanidad ama las ternas. Quizá sentimos que a partir de tres los argumentos o los ejemplos toman fuerza y empiezan a configurar una teoría sólida. Repasaré aquí algunas ternas famosas.

Hay tres ideas que los epistemólogos agrupan con frecuencia: la teoría heliocéntrica, la evolución y el psicoanálisis. Las agrupan porque fueron golpes muy fuertes al narciso de la especie. La evolución demostró que nuestro abolengo era simiesco, no divino. El psicoanálisis postuló que ni siquiera sabíamos por qué hacíamos lo que hacíamos, y que nos movía una entidad poderosa, el inconsciente. Cuatrocientos años antes, Copérnico nos había dado otra noticia ingrata: no ocupamos el centro del mundo sino la tercera piedra del Sistema Solar.

En el terreno de los inventos, hay tres antiquísimos y claves. La bipedestación, el fuego y los cortavientos. Pequeñas murallas curvas para protegerse de los vientos fríos, los cortavientos fueron las primeras obras civiles del homo sapiens. De allí vienen el dolmen, la casa y el palacio. La domesticación del fuego, esa cosa que “no podemos mirar sin un antiguo asombro”, ablandó el metal, endureció el barro y nos cambió la dieta, hecho que aumentó el tamaño el cerebro. La bipedestación fue el proceso que convirtió en homo erectus al homínido cuadrúpedo. Hay bibliotecas enteras que tratan de explicar el milagro. Yo creo que todo fue obra de un homínido chicanero que se irguió en medio de una trifulca para impresionar con su estatura. Fue un bluf que lo cambió todo.

Hay tres inventos que conforman un grupo relativamente moderno: los dioses, la rueda y el lenguaje. Con los dioses empieza la literatura fantástica, el orden moral y la cosmología. La rueda la inventó un sumerio sin rostro hacia el 3500 a. C. El lenguaje resultó de pulir durante millones de años el gruñido hasta convertirlo en silbo, fonema, plegaria y canción. Si tenemos en cuenta que del lenguaje salieron el número y la escritura, y que la rueda está presente incluso en los más sofisticados e inmóviles dispositivos modernos, no es exagerado decir que la rueda es el eje de la historia y el lenguaje su software.

Hay ternas secretas, por ejemplo la conformada por la mentira, la risa y la caricia. La importancia de la mentira es obvia. Gracias a ella tenemos dioses, amores, arte, ficción, retórica. La piedad se sirve de ella y brinda esperanza y consuelo. Una de sus ramas, la cosmetología, es capaz de embellecer en segundos incluso a mujeres poco agraciadas (la palabra viene de cosmos, orden. De manera que cuando ellas dicen “voy a arreglarme”, son rigurosamente etimológicas). La risa se define como una contracción del risorio producto de una certera cosquilla en el alma. Es la música de la fiesta y el código de la complicidad, y un gesto tan claro y preciado que se lo considera sinónimo esférico de la felicidad. Las mujeres reconocen que están perdidas cuando las hacen reír. Los hombres mueren por ver esa luz en sus rostros. La caricia es la traducción física de la ternura… o de la pasión. Se puede hacer a contrapelo, o sin geometrías. Va desde la sutileza de la brisa hasta la ruda lasciva del mordisco, y conmueve incluso células tan muertas como las del pelo. El sexo, esa emoción ‘indefinible’, no es más que una sucesión de caricias.

Casi todo tiene nombre y la manía de formar ternas no es la excepción, se llama triposis, es inofensiva y puede ser un buen pretexto para iniciar una conversación.

Sigue en Twitter @JulioCLondono