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El oro y la Luna

Los historiadores coinciden en que el alunizaje fue menos importante que el Descubrimiento de América. Yo no estoy muy seguro. Es verdad que la cultura y la economía de este continente pesan más en el...

24 de julio de 2019 Por: Julio César Londoño

El 20 de julio cumplió 50 años la misión Apolo 11, un suceso que fue recibido de varias maneras. Para los poetas resultó muy duro: que botas terrícolas hollaran la superficie del astro sagrado, fue un trago amargo. Para los estadounidenses no había ninguna duda: el alunizaje era la mayor aventura de la historia. Para el mundo, la hazaña del siglo. Para los estrategas, la batalla más cerebral de la Guerra Fría. Para los rusos, casi una operación de rutina de la aviación comercial: “Hoy, a las 13:32 UTC, una nave norteamericana aterrizó en la Luna”, cableó TASS, su agencia oficial de noticias. En realidad estaban repiedros porque habían perdido la “carrera espacial”. El módulo de alunizaje de la misión no tripulada Luna 15 se estrelló aparatosamente el 21 de julio. El armatoste llegó tarde y se fue de bruces contra a indiferente superficie lunar. Fue un ‘oso’ siberiano y costosísimo.

A pesar de toda la tinta que ha corrido, hay sucesos que pocos conocen. Por ejemplo: que Neil Armstrong hizo un curso de supervivencia extrema en las selvas del Chocó durante tres semanas en 1963. “Chocó-Hilton”, bautizó su cambuche. Lo acompañó John Glenn, el más veterano astronauta norteamericano. Nota: el área de probable aterrizaje de los conos de las naves espaciales tenía un largo radio de incertidumbre, y cabía la posibilidad de que los conos no cayeran en las aguas del Pacífico sino en las selvas ecuatoriales de Suramérica.

La pasmosa trasmisión en directo Luna-Palmira fue posible gracias a una señal láser que voló como una exhalación roja y fina desde el Mar de la Tranquilidad hasta Houston y luego vía microondas Houston-Camberra-Caracas-Cúcuta-Bogotá.

Neil Armstrong y Edwin Collins casi se quedan en la Luna porque la palanca que accionaba los dos motores de despegue del arácnido módulo lunar se partió. Armstrong conjuró el sustazo introduciendo en el hueco de la palanca un marcador con punta de fieltro para evitar posibles cortocircuitos.

Lo primero que hizo Collins antes de bajar del módulo fue oficiar una liturgia de acción de gracias. Llevaba 100 mililitros de vino consagrado, 50 gramos de pan ácimo y un pequeño cáliz de plata. La ceremonia no se transmitió porque la Nasa consideró que la misión Apolo 11 debía ser neutra desde el punto de vista religioso. Edwin ofició en solitario. Armstrong no lo acompañó porque era deísta y porque había preparado su propio ritual. Fuera de cámara, puso una pequeña esferita de oro junto al pie del mástil de la bandera estadounidense. Era un zarcillo de la hija de dos años que el cáncer le había arrebatado en 1962. Es probable que haya blasfemado. Es seguro que solo la Luna lo vio llorar.

Los historiadores coinciden en que el alunizaje fue menos importante que el Descubrimiento de América. Yo no estoy muy seguro. Es verdad que la cultura y la economía de este continente pesan más en el concierto mundial que el avance científico jalonado por las misiones espaciales, pero debemos considerar que el Descubrimiento tiene cinco siglos y el alunizaje solo 50 años. Es posible que para el año 2419 la plaga humana haya colonizado otros planetas de la galaxia y entablado relaciones comerciales y sexuales con monstruos del espacio exterior.  Entonces un historiador dirá: el viaje a América fue un gran salto para el hombre, pero un paso minúsculo para la humanidad.

¡Que Dios o el Azar salve a nuestros vecinos!

Sigue en Twitter @JulioCLondono