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Reporte de un poeta feliz

Ya me veo la semana siguiente en Cali participando de la Bienal Internacional de Arte de Cali, y preparándome para volver en octubre a la Feria Internacional del Libro por cortesía de la Alcaldía.

19 de septiembre de 2022 Por: Jotamario Arbeláez

Días pasados me llamó para paliquear por la radio ese ícono de la pantalla chica, Jorge Barón, que lleva como segundo apellido la palabra Televisión, y me puso a confesar todos esos pecados veniales literarios cometidos bajo el influjo del Espíritu Santo que me guía cuando me las tiro de místico, de la misma manera que Erato cuando ando erótico y Calíope cuando estoy épico. Dispongo de un gran acervo lexicográfico en las entrevistas, a duras penas interrupto por una sexagenaria carraspera proveniente del reflujo gastroesofágico. Único engorro que me acude, porque por lo demás todos los órganos funcionan como un relojito, sobre todo, los que se paran. Y de ellos, el corazón y el otro andan a toda marcha.

Hablamos de las últimas bienaventuranzas que me han caído en los planos intelectuales. Reitero con orgullo la reciente recepción del Premio Vida y Obra por parte de la Gobernación del Valle; la publicación de ‘Mi reino por este mundo’ (versión corregida y súper aumentada de la que en 1980 ganó el Premio de Poesía La Oveja Negra) que me hizo la Universidad del Valle y que será reeditada por el Fondo de Cultura Económica de México; la disposición de la editorial española Sic Pigmalión de editarme el ‘Retrato del nadaísta cachorro’, que son mis memorias de pantalón corto hasta que me fui volviendo piernipeludo; mi próxima presencia en la Bienal Internacional de Arte, y la Feria Internacional del Libro de Cali, porque ya a mi bendita ciudad vendré cada vez que me inviten así sea a un velorio.

No gané el Premio de la Feria del Libro de Guadalajara de 150 mil dólares al que me había postulado Galería de Arte La Cometa, que recayó en el mejor escritor del mundo actual que colma mi mesa de noche, mi amigo, el rumano Mircea Cartarescu.

Pero acabó de ser publicado, mi amigo el poeta italiano Emilio Coco me envía el PDF de la edición bilingüe hecha en Roma por Di Felice Edizione de la Antología de la Poesía Latinoamericana, con los 80 poetas señeros del continente y España, para el antólogo, entre los cuales los clasificados por Colombia somos, en su orden, Giovanni Quessep, Jotamario Arbeláez, Juan Manuel Roca, Darío Jaramillo Agudelo, Piedad Bonnett y Rómulo Bustos. Me dolió no ver por ninguna parte a Medardo Arias, ¡ánima bendita!

De todo esto hablé con Jorge Barón, de mi vida en la montaña mágica, en Villa de Leyva; de Claudia, mi mujer, pendiente de mantener el césped a ras; de mis hijos Salomé y Salvador; de Emilia, mi nieta; de mis perros Dina, Monje y Gigoló, privilegios de la fortuna que logré a punta de masajear a la vida con poesía, con publicidad a los productos requeridos para el vivir y al lector de la calle con periodismo. Terminó tentándome a que me convirtiera en guionista de televisión, con todos los cuentos míos y de los nadaístas vivos y muertos, ya que en este momento nos encontramos en la cresta de la ola, así los pocos enemigos que nos quedan bostecen, pean o se enfurruñen.

Ya me veo la semana siguiente en Cali participando de la Bienal Internacional de Arte de Cali, y preparándome para volver en octubre a la Feria Internacional del Libro por cortesía de la Alcaldía. A ver pinturas fantásticas, adquirir libros preciosos, beber con los amigos, echar paso con las amigas, visitar a mi hermano el poeta Jan Arb y a mi hermanita Cecilia, quien acaba de sortear una delicada cirugía bajo la cuidadosa y delicada atención de Imbanaco y de Sura.

Aprovecharé para pasear por las calles de mi infancia y adolescencia en San Nicolás y el Obrero, a fin de acopiar más recuerdos para cerrar el volumen del nadaísta cachorro, que se desprende de los retratos del artista adolescente de Joyce y del artista cachorro, de Dylan Thomas. Y desde luego, embelesarme en la Librería Nacional, que fue donde comencé a hacerme hombre de letras bajo la protección de don Jesús Ordóñez, a quien los lectores de Colombia tanto debemos.

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