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El entierro de la abuela (2)

El siniestro personaje me estaba diciendo que daba lo mismo que el...

25 de junio de 2013 Por: Jotamario Arbeláez

El siniestro personaje me estaba diciendo que daba lo mismo que el alma de la abuela terminara tostada.- Todos al morir, van al purgatorio, por justos o criminales que hayan sido. Allí tiene lugar ‘el reparto’. El tiempo no existe como aquí, pero sí existe la duración. Y no hay peor pena que no saber cuándo se va a salir y hacia dónde. Lo que llaman ‘el cielo’, sinceramente, no se lo recomiendo, allí se encuentran las almas que durante la vida terrestre, merced a su chismografía de moralistas, más la hicieron sufrir con sus condenaciones. Recuerde que ella siempre vivió en pecado mortal, pues sus hijos fueron bastardos. Yo le ofrezco hacer que la señora Carlota se ahorre el sufrimiento purgatorial y salga de una para el infierno. Lo haré casi gratis, sólo le pido…- Espere. Ella no es que fuera muy practicante del culto, la misa no era su fuerte. Pero todas las noches rezaba a las ánimas del Purgatorio para que abogaran por familiares que aquí en la tierra sufrían. A lo mejor a ella le conviene convertirse en ánima bendita del Purgatorio y recibir las oraciones y súplicas de millones de deudos esperanzados. Lo mejor sería dejarla allí, y mientras más se demore, mejor. Y le pido permiso, estoy que me orino.El primer patio se había llenado de vecinos, consternados al parecer. Papá salía del orinal. Me dijo que, conversando con el párroco de Jesús Obrero, este le había ofrecido sus favores para sacar a su madre del purgatorio directo a la presencia de Dios, por la módica mitad de la casa de las agujas. Me confió que lo había mandado al infierno. Le dijo que abuela estaría donde debía estar por sus actos, y no por indulgencias ajenas.Al retornar a la sala divisamos en esquinas opuestas al cura y al levanta cadáveres, y ambos nos miraban con reprobación. Una vieja se plantó frente al ataúd, se persignó y convocó a rezar el rosario. Mamá suspendió el reparto de copas con aguardiente y se silenciaron los chistes verdes. Papá y el cura se adelantaron, mientras el abogado del diablo y yo iniciábamos la retirada hacia el patio.-¿Quién es usted realmente?, decidí preguntarle al personaje que depositaba otro Pielroja en los labios y hacía sonar en la diestra una caja de fósforos El Diablo.–Soy el mismísimo Patas, poeta o, lo que es como si fuera lo mismo, el representante en la tierra de quien la Biblia reconoce como el Príncipe de este mundo. Pero descuide, no como gente. Es más, sé que tiene su señoría afinidades conmigo, a juzgar por sus manifiestos en contra de lo divino. Por eso me le he acercado, más que por lo de su abuela, que no era más que un pretexto, para pedirle…–Tentacioncitas a mí, ¡pobre diablo! Lo que es con mi alma si no se meta -le contesté sinceramente indignado, –que la tengo reservada para las putas.En ese momento apareció mi hermano, mi vivo retrato de hacía seis años, melena y barba a lo Jesucristo mientras yo calveaba como San Pedro. Al darse cuenta de que me encontraba en la circumdatio, o asedio demoníaco, haciendo la señal de la cruz con los brazos, procedió inmediatamente al mandatum: –¡Nos cubrimos con la sangre de Cristo! En nombre del Señor de Nazareth, ato todo espíritu malo o demonio que se encuentre presente y le quito todo poder. Retírate Satanás–. Yo entretanto le hacía coro gritando el conjuro, olvidándome de tanto parroquiano que suponía que el diablo era yo. Como además el eco de las oraciones del rosario de la sala conformaban un demicatio que lo tenía debilitado, el hombre se crispó, se le puso abotagada la cara que se cubrió con el brazo arqueado y se retiró hacia atrás, con pasos lentos, dejando un vaho maloliente, no de azufre satánico, sino de un mero y escatológico ventoseo de mortal. (Continuará).

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