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El anciano ‘Monje Loco’

Durante los años 60 y 70 del pasado siglo (todo siglo pasado fue mejor), el escritor Elmo Valencia, recién de regreso de Norteamérica adonde lo enviaron sus padres a degradarse en una universidad, que en realidad fue el asentamiento beatnik, tomó en alquiler una habitación de soltero.

28 de agosto de 2017 Por: Jotamario Arbeláez

Durante los años 60 y 70 del pasado siglo (todo siglo pasado fue mejor), el escritor Elmo Valencia, recién de regreso de Norteamérica adonde lo enviaron sus padres a degradarse en una universidad, que en realidad fue el asentamiento beatnik, tomó en alquiler una habitación de soltero en un segundo piso, en la Carrera Segunda abajo de la Calle 15, muy cercana del Picapiedra, ese bar de ‘El Grillo’ donde nos pegábamos nuestras rodadas por cortesía de su propietario que era hincha nuestro, y en su morada amoblada de afiches de Janis Joplin, Jim Morrison y Jimmy Hendrix daba cobijo a hordas de caminantes de mochila procedentes del sur con destino al norte, poetas en un principio básicamente argentinos y luego hippies de todas las pelambres y de todas las lenguas y de todos los sexos, integrados en la antiuniversidad que él regentaba, y de la cual yo era uno de sus profesores eméritos en lo que entonces llamábamos el “aula arena”.

La hija de la dueña de casa, que vivía en el tercer piso, era una niña de unos 14 años, mona y muy linda, llamada Socorrito, quien bajaba a ayudarle a ‘Elmo-nje Loco’, como le apodara Gonzaloarango, en la atención de los huéspedes caminantes. Uno de ellos fue, por causalidad, un niño de unos 8 años, que se había volado de su casa atravesando montes, y se había quedado dormido en las gradas de ingreso del edificio. Lo acogieron, lo bañaron y lo adoptaron. Muy pronto el niño comenzó a predicar entre los doctores de la ley de la poesía del mundo entero, y en medio del ambiente incensado comenzó a borbotear poemas que íbamos copiando en las paredes del cuarto, entre los afiches. Nos acompañaba en nuestros festivales de vanguardia y daba recitales en bares como Saint Tropez, donde cantaba las canciones compuestas por su monje padrastro. Lo bautizó el profeta Gonzalo como ‘El gigoló de los dioses’. Cuando vino de visita con el poeta ruso Evtuschenko éste lo cargaba sobre sus hombros, y cuando cumplió diez años, al tiempo con el nadaísmo, lo mató en la Avenida Colombia un carro conducido por Arne Krag, el dueño de Dánica, quien ni siquiera se encargó del entierro. Su auto deportivo convertido en arma mortífera terminó en un cementerio de automóviles.

El caso es que casi 50 años después de haber partido conmigo hacia Bogotá a desfacer tuertos y entuertos, casi deshecho regresó a su Cali del alma aquejado de años y de penuria. Fue acogido por su protectora Socorrito, ahora toda una dama casada con un norteamericano, con Charles, y luego de intentar vida de inquilino hubo de acudir al ancianato de San Miguel, mediante gestiones de sus reputados amigos, donde lo han acogido con toda bondad. Pero él parece no resignarse a perder sus calles, así ya no pueda moverse. A través de NTC, Socorrito acaba de enviar un mensaje a sus panas para que se acerquen a visitarlo:

“Buenos días hermosos caballeros: esta notita para informarles que el poeta Elmo está hospitalizado en San Miguel, se encuentra delicado de salud y estoy segura que le levantaría mucho el ánimo recibir de pronto la visita de sus dilectos amigos. Su adaptación al amable ancianato ha sido de poco éxito, pues siente que le cortaron sus alas y no puede movilizarse en el mundo exterior como a él siempre le gustó. Su prisión es su cuerpo que ya no responde al movimiento y además parece que él no quiere ya luchar y no accede a alimentarse como es debido. Les dejo esa inquietud. Con mi aprecio y gratitud de siempre. Socorro”.

Duele ver a un amigo despidiéndose de lejos de los parques y estadios de la vida, después de haber dedicado su talento a las letras de su país, pero regocija el afecto y la solidaridad de la niña que desde su adolescencia fue testigo de esa existencia fantástica como ha sido la del ‘Monje Loco’.

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