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¿Somos Nación?

No. Definitivamente no somos una nación sino un Estado incipiente que no ha podido articularse desde que se hizo el primer intento en la Constitución de 1821.

12 de julio de 2017 Por: Jorge Restrepo Potes

No. Definitivamente no somos una nación sino un Estado incipiente que no ha podido articularse desde que se hizo el primer intento en la Constitución de 1821, llamada de Cúcuta, en la que los padres fundadores, como les dicen los gringos a los próceres de su independencia, con la diferencia que Jefferson, Franklin, Washington y compañía se propusieron crear una Nación y lo lograron, y los de aquí pretendieron hacer lo mismo pero fracasaron en el intento.

Una nación, según Ernest Renan, es un plebiscito diario, en el que la gente que habita un determinado país tiene intereses comunes que trascienden los particulares y aspiran de consuno a forjar un porvenir mejor para las generaciones siguientes, renovando día a día ese conato. Hay un deseo generalizado de ser un núcleo de personas ligadas por el amor a una patria común.

Aquí no hemos podido nunca ni siquiera saber qué es lo que queremos. Ganada la gesta emancipadora volvieron las rencillas políticas que ya habían surgido desde el mismísimo 20 de julio de 1810, cuando centralistas y federalistas se trenzaron en áspera disputa que enfrentó a Antonio Nariño con Camilo Torres, quienes encabezaban las facciones. Y ya liberados del ‘yugo español’ recomenzaron las peloteras y Bolívar y Santander sentaron las bases para que en Colombia siempre exista una agria disputa por el poder. Tan devastador fue el odio de estos héroes que en su lecho de muerte el Libertador dijo: “El no habernos acordado con Santander nos perdió a todos”.

El 17 de diciembre de 1830 en medio del aborrecimiento de los beneficiarios de su hazaña, Bolívar descendió al sepulcro, no tan tranquilo como quería porque ahí mismo siguió la gresca. Santander volvió del exilio y logró sentar las bases de la Nueva República. Pero no pudo aclimatar un ambiente de cordialidad, y cada cierto tiempo hubo un estado de guerra que al concluir cada contienda, el vencedor imponía nueva Constitución. Confieso que me habría gustado vivir entre 1863 y 1885 cuando rigió la Carta expedida en Rionegro, pues me siento tan radical como los liberales que la redactaron y aprobaron.

En el Siglo XIX hubo 32 guerras civiles, contadas por Gabriel García Márquez en su obra cumbre. La última y más atroz fue la de los Mil Días, que finalizó en 1902, perdida por mis copartidarios, con Rafael Uribe Uribe como líder visible, a quien después le pasaron factura y lo asesinaron vilmente en la acera oriental del Capitolio en 1914.

Vino un periodo relativamente tranquilo hasta 1948 cuando fue asesinado el dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán y empezó la tremenda etapa de violencia que, con un receso de pocos años, 1957 a 1964, volvió con mayor intensidad, hasta ahora que logramos acuerdo con las Farc, a pesar de la enconada oposición de un grupo que insiste en que es mejor la solución militar que la negociada, no obstante el fracaso de la primera.

¿Qué puede haber sino caos social cuando al pueblo se le pregunta si quiere la paz o la guerra y prefiere la segunda opción? ¿Qué nación es esta en que la pasión política enceguece a muchos, al punto de detestar a un presidente que ha tratado de legar un país sin las tragedias del conflicto armado? ¿Qué nación puede existir con esta polarización política en la que ya hasta las viejas amistades terminan?

Por eso pregunto: ¿Somos una Nación? Y yo mismo respondo con un no rotundo.

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