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Serpa

Horacio Serpa se fue con la satisfacción de haber servido bien a Colombia y bien a sus principios liberales.

4 de noviembre de 2020 Por: Vicky Perea García

Una de las grandes satisfacciones que me dio el haber participado por tantos años en la política -y particularmente en las campañas liberales-, fue el haber gozado de la amistad de Horacio Serpa Uribe, un hombre que a punta de tesón e inteligencia llegó a ocupar los más altos cargos previstos en la Constitución Nacional.

Serpa fue juez municipal; alcalde de Barrancabermeja; concejal de Bucaramanga; representante a la Cámara; senador; gobernador de Santander; ministro del Interior; copresidente de la Asamblea Nacional Constituyente, de la que salió la Carta de 1991. Sólo le faltó la presidencia de la Republica, que Colombia le quedó debiendo.

Cuando fue candidato en 1998, compitiendo con Andrés Pastrana, ganó en primera vuelta, pero el hijo de Misael -vaya usted a saber aconsejado por quién porque el magín no le daba para tanto- pudo entrevistarse con ‘Tirofijo’, y eso bastó para que la gente creyera que alcanzaría la paz con las Farc y por eso venció en segunda vuelta.

En 2002 enfrentó a Álvaro Uribe, que ya no dijo que negociaría con las Farc, sino que las derrotaría militarmente, y ahí el pueblo volvió a comer cuento y ganó el antioqueño, quien fracasó en el intento de hacer rendir incondicionalmente a esa guerrilla.

De nuevo, en 2006, Serpa pretendió ganarle a Uribe, quien había conseguido tramposamente cambiar el “articulito” de la Carta para poder ser reelegido, y con el embuste de que ahora sí les haría morder el polvo a ‘Tirofijo’ y sus secuaces, volvió a triunfar.

Acompañé a Serpa en esas tres campañas, la primera con posibilidad de triunfo y con ninguna en las otras dos, pues conozco por larga experiencia cómo votan los colombianos, proclives al entusiasmo por falsas ilusiones. Pero en esas largas jornadas proselitistas vi lo que es un auténtico líder porque en Serpa se daban todas las condiciones del liderazgo.

Su propia presencia física con su mostacho de mosquetero, que alguna vez rasuró al perder una apuesta. Su verbo encendido, que Colombia no escuchaba desde Gaitán y Galán. Su dominio de los problemas colombianos y el sensato planteamiento de soluciones. Su bello círculo familiar, con Rosita, sus dos hijas y Horacio José, quien sigue los pasos paternos y hoy es senador que no se deja encasillar en el gavirismo. En fin, todo en Serpa era ejemplo de lo que debe ser un jefe de Estado.
Infortunadamente no llegó a la Casa de Nariño.

Serpa, además de todas sus excelsas condiciones, era un amante de la paz y por eso participó en varios intentos anteriores al Acuerdo de La Habana, ratificado en el Teatro Colón. Juzgaba que sólo con una negociación se podría lograr la reinserción de las Farc a la normalidad, y por eso en su último paso por el Senado fue uno de los puntales que tuvo Juan Manuel Santos para lograrla.

Acusado injustamente de ser copartícipe intelectual del asesinato de Álvaro Gómez, cuando los cabecillas de las Farc confesaron que eran ellas las autoras del crimen, Serpa salió por última vez en televisión, muy devastado por la enfermedad, a decir que habían cometido con él una canallada con esa imputación. Esa noche pensé que lo que habían hecho sus calumniadores era ratificar su tradicional fama de bellacos.

Horacio Serpa se fue con la satisfacción de haber servido bien a Colombia y bien a sus principios liberales.

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