¡Loor a los valientes!
Como era amigo de los firmantes, sentí que ellos habían suscrito su sentencia de muerte, pues contaban uno a uno los crímenes de quien había impuesto en el municipio un régimen de terror.
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22 de sept de 2021, 11:40 p. m.
Actualizado el 18 de may de 2023, 07:21 a. m.
Mucho se ha escrito y dicho recientemente sobre ‘Cóndores no entierran todos los días’, la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, quien dejó para la historia lo que fue el imperio del crimen que en Tuluá montó por varios años León María Lozano, más conocido como ‘El Cóndor’. La icónica obra merece todos los homenajes que se le han rendido, con motivo de los 50 años de su publicación en 1971.
Hoy quiero rendir tributo a la memoria de los valientes que fueron capaces de denunciar a Lozano, y aquí va la real historia.
Cursaba yo primer año de derecho en el Externado, y una mañana, como todos los días, compré El Tiempo y en primera plana vi un titular que atrajo mi atención: ‘Liberales tulueños denuncian al Cóndor Lozano’.
No podía creer que en mi pueblo hubiese personas con tanta osadía. Llegué a la facultad y allí leí la carta que nueve copartidarios enviaron a Roberto García-Peña, director del periódico, manifestando que a pesar de las promesas pacificadoras de Rojas Pinilla, a la sazón presidente de la República, en Tuluá continuaba la orgía de sangre y fuego de ese sujeto y sus tenebrosos ‘pájaros’.
Como era amigo de los firmantes, sentí que ellos habían suscrito su sentencia de muerte, pues contaban uno a uno los crímenes de quien había impuesto en el municipio un régimen de terror.
Andrés Santacoloma, Aristides Arrieta, Alfonso Santacoloma, Diego Cruz, Ignacio Cruz, Álvaro Cruz, Daniel Sarmiento, Jaime Valencia y Fabriciano Pulgarín, habían puesto sobre sus frentes el punto de mira de los revólveres ‘Sánchez Amaya’, como se conocieron los Smith & Wesson que el ministro de Guerra de esos apellidos hizo llegar a Tuluá para armar el grupo comandado por Lozano.
El primero en caer fue Aristides Arrieta, joven abogado que recibió varios impactos en pleno Parque Boyacá. Después, en la sala de su casa, con la pequeña nieta en los brazos, fue cosido a puñal don Andrés Santacoloma, padre de Alfonso, con el que viví un episodio dramático.
Citado a Bogotá por Alberto Lleras, jefe del Partido Liberal en ese momento, Alfonso topó en una calle cercana a su hotel con mi padre y conmigo, y nos invitó a acompañarle a la reunión con el prócer.
Con su voz grave, el expresidente le dijo a Alfonso que tenía informes fidedignos de que el próximo en caer sería él, por lo que le aconsejaba salir de Tuluá inmediatamente.
Santacoloma le argumentó que le era imposible atender el consejo pues él era el único varón de la familia, con esposa, dos hijos pequeños y hermanas, y que el único patrimonio era una finca cercana a Tuluá que no podía dejar al garete.
Al salir de la entrevista, le hicimos ver a Alfonso que Lleras tenía razón, pero nos dio el mismo argumento: “no puedo salirme de Tuluá”. El 24 de febrero de 1957 cuando intentaba estacionar su vehículo frente al Club Colonial, un sicario subió al estribo de la camioneta y le descerrajó varios tiros en la cabeza.
Ignacio Cruz escapó de milagro pues le dieron un balazo en la boca, el mismo día de la caída de Rojas, protector de Lozano. Los demás firmantes tuvieron que irse de Tuluá, unos a Cali, otros a Bogotá.
En marzo de 2022 se cumplirán 100 años del nacimiento de Alfonso Santacoloma. Tengo a Alfonso como uno de los grandes héroes que he conocido en mi largo tránsito por la historia política de Colombia. Él y los otros ocho liberales firmantes de la carta deben permanecer en el sitial de honor de la bandera por la cual jugaron sus vidas.

Abogado con 45 años de ejercicio profesional. Cargos: Alcalde de Tuluá, Senador y representante a la Cámara, Secretario de Gobierno y Secretario de Justicia del Valle. Director SAG del Valle. Columnista de El Pais desde 1977 hasta la fecha.
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