Humor letal
He hecho un severo recorrido de esos años 20 del siglo pasado, y llego a la conclusión de que un hombre, uno solo, causó el derrumbe conservador de 1930, más allá de la división entre el general Vásquez Cobo y el maestro Valencia.
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17 de oct de 2018, 11:40 p. m.
Actualizado el 18 de abr de 2023, 11:53 p. m.
No fue Alfonso López Pumarejo el que tumbó del mando a los conservadores cuando tomándose un whisky en el Jockey Club bogotano por los días de 1924 en que falleció el general Benjamín Herrera, dijo: “El Partido Liberal debe prepararse para asumir el poder”, luego de 45 años de ostracismo.
No fue decisivo para echar por tierra la hegemonía goda Eduardo Santos Montejo, enérgico defensor de las ideas liberales desde su periódico El Tiempo, que ya se perfilaba como uno de los grandes diarios de América Latina, y del que llegó a decirse que las cosas no existían mientras no fueran publicadas en ese medio.
No fue artífice de esa victoria Enrique Olaya Herrera, a la sazón embajador en Washington, como ya lo había sido de otros gobiernos conservadores, y que por eso lo miraban los godos con menores recelos.
No fue la masa roja anestesiada y totalmente pesimista de regresar con uno de los suyos a la sede del Ejecutivo, pues fueron tantos los garrotazos recibidos en esos 45 años, que la tenían sin resuello: la derrota en la Guerra de los Mil Días; el asesinato de Rafael Uribe Uribe en 1914, el más bizarro de sus líderes en la historia, y del que salieron sus autores intelectuales echándole el muerto a dos oscuros artesanos, que se fueron al sepulcro con el secreto.
No. Ninguno de ellos fue factor determinante en la caída del imperio azul. He hecho un severo recorrido de esos años 20 del siglo pasado, y llego a la conclusión de que un hombre, uno solo, causó el derrumbe conservador de 1930, más allá de la división entre el general Vásquez Cobo y el maestro Valencia.
Ese hombre fue Ricardo Rendón, el caricaturista de El Tiempo, cuya pluma, única e irrepetible, se propuso mover las bases del gobierno de Miguel Abadía Méndez -último del proceso hegemónico- y se convirtió en un mazo implacable que aflojó uno a uno los ladrillos del régimen de derecha.
Ejemplo: el presidente Abadía Méndez era aficionado a la caza, y en los ratos libres que le dejaba sus tareas oficiales, se dedicaba a disparar contra las torcazas en algún paraje sabanero. En su gobierno se produjo la horrenda matanza -masacre diríamos hoy- de los obreros de la United Fruit Company, en la zona bananera donde había nacido Gabriel García Márquez. Fueron más de 200 los muertos; el genial novelista habla de 3000.
Rendón dibujó una caricatura en la que aparecía el presidente Abadía, escopeta en mano, y muchas torcazas muertas a sus pies. Al lado suyo el general Carlos Cortés Vargas, jefe militar al que se sindicaba de la hazaña, rodeado de cadáveres. Dice Abadía: yo mate 100. Dice Cortés: yo maté 200.
A mi juicio, esa caricatura de Rendón fue letal para el régimen, y dio paso a la triunfal candidatura de Olaya, quien quedó instalado en el corazón de sus copartidarios.
Luego ha habido caricaturistas famosos. Hernando Turriago –Chapete- fue uno de los responsables de la caída de Rojas Pinilla en 1957 pues con su pluma ridiculizaba la ignorancia del Supremo y las movidas de ‘La Nena’, su hija.
Y ahora Julio César González –Matador- le hace más daño a Uribe y a Duque que todos los discursos y columnas que quienes estamos en la oposición soltamos contra ese par de personajes.
Matador se la tiene al rojo vivo al presidente Duque poniéndole rostro de porcino y los zapatos Crocs de su mentor. Y como no descansa, todos los días larga una ridiculización más fuerte que la anterior. Excelente humor letal.

Abogado con 45 años de ejercicio profesional. Cargos: Alcalde de Tuluá, Senador y representante a la Cámara, Secretario de Gobierno y Secretario de Justicia del Valle. Director SAG del Valle. Columnista de El Pais desde 1977 hasta la fecha.
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