Gorbachov
A Rusia le hace falta hoy una figura como Mijaíl Gorbachov, con su faz risueña y ese lunar en la calva, que los caricaturistas dibujaban como si fuera el mapa de América del Sur.
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7 de sept de 2022, 11:40 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:57 p. m.
Tiene razón Gustavo Álvarez Gardeazábal cuando en una de sus magníficas crónicas diarias sostiene que todos aquellos que fuimos testigos de los temores que despertaba lo que se conoció como Guerra Fría, debemos agradecer los buenos oficios que prestó Mijaíl Gorbachov para evitar un conflicto ecuménico, que hubiese dado al traste con el planeta Tierra.
A la caída del último zar, Lenin asumió el poder en Rusia, y con él el dominio absoluto del Partido Comunista. El Ejército Rojo, creado por León Trotsky –años después asesinado en México por orden de Stalin-, participó en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y se colocó entre los vencedores, porque las tropas soviéticas al mando del mariscal Zukov fueron las primeras en entrar a Berlín, lo que llevó a Hitler, escondido en el búnker de la Cancillería, a disparar sobre su sien la bala letal.
Es histórica la fotografía de los soldados soviéticos izando en el parlamento nazi la bandera de la hoz y el martillo. Por eso Stalin, a la sazón amo de su país, pasó factura.
Y no cualquier factura, porque en Yalta, meses antes de la victoria aliada, Truman y Churchill, sus socios de batalla, le habían prometido que una vez cayera el Tercer Reich, le entregarían de premio toda la Europa Oriental: Checoeslovaquia, Hungría, Polonia, Bulgaria, quedaron bajo las botas rojas.
Al terminar la guerra, a la que los rusos aportaron 20 millones de muertos, el Kremlim se convirtió en el adversario de las naciones democráticas occidentales –Estados Unidos la principal- y por eso hubo momentos de tanta tensión como fue el montaje de ojivas nucleares en Cuba, cuando la humanidad entera estuvo a un paso de un conflicto atómico. Afortunadamente, John F. Kennedy desde la Casa Blanca le plantó cara a Nikita Kruschev, jefe del gobierno soviético, quien aceptó que a cambio de que Estados Unidos retirara sus bases de misiles en Turquía, la Unión Soviética levantaría las que había puesto en la isla caribeña.
Para bien del género humano, en 1985 Mijaíl Gorbachov se hizo con el poder en la URSS, y consiguió lo que nadie podía imaginar. Con su Perestroika (Reestructuración) y su Glasnost (Apertura) acabó con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, al permitir que todos los entes políticos que la componían se convirtieran en naciones independientes, Ucrania, por ejemplo. E hizo algo de más fondo: autorizó tumbar el Muro de Berlín, que dividía la capital alemana en dos zonas en las que no había tránsito de ningún tipo. Allí comenzó la reunificación del país germano, que hoy es la mayor economía europea.
Y liquidó el Partido Comunista, que no volvió a levantar cabeza, pues en el mundo solo existe en Cuba y en Vietnam del Norte. Lo de Venezuela y Nicaragua son historietas diferentes.
Con Gorbachov –y su bella esposa Raisa- el mundo vio rostros amables en los despachos oficiales rusos, y no los de aquellos vejestorios de caras amargas como Gromyko, Molotov, Breznev y compañía. Rusia se convirtió al capitalismo y es una superpotencia, que comete barbaridades como la perversa invasión a Ucrania.
A Rusia le hace falta hoy una figura como Mijaíl Gorbachov, con su faz risueña y ese lunar en la calva, que los caricaturistas dibujaban como si fuera el mapa de América del Sur.
Al igual que mi amigo Gardeazábal, siento inmensa gratitud por este líder mundial, tan diferente a su compatriota Vladimir Putin, que ahora nos tiene al borde de otra catástrofe, esta vez total.
Gorbachov murió hace pocos días a sus 91 años en Moscú.

Abogado con 45 años de ejercicio profesional. Cargos: Alcalde de Tuluá, Senador y representante a la Cámara, Secretario de Gobierno y Secretario de Justicia del Valle. Director SAG del Valle. Columnista de El Pais desde 1977 hasta la fecha.
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