Es la política, viejo

Un partido político no es una academia; no es una escuela filosófica; no es un paisaje homogéneo, decía en 1944 Carlos Lozano y Lozano, uno de los grandes del Partido Liberal en su época más gloriosa, cuando de la mano de cuatro presidentes Colombia pudo insertarse en el Siglo XX.

Con las ideas liberales se hizo una Reforma Constitucional (1936), que le quebró más de una vértebra a la de 1886, de marcado acento conservador. En esa reforma, se autorizó el derecho de huelga, salvo en los servicios públicos, y se dispuso que la propiedad es una función social que implica obligaciones. Además, el gobierno de López Pumarejo celebró concordato con la Santa Sede que sustrajo la educación pública de las manos del clero.

Entonces, los partidos políticos existen para ser alternativas de poder. No tienen otra función, aparte de ser voceros de las inquietudes populares. La cosa es simple: un partido gana la presidencia y adelanta desde el Ejecutivo el programa que resultó favorecido en las urnas, desde luego respetando los derechos políticos de las minorías.

Si esa colectividad pierde en los comicios presidenciales, el adversario asume el mando, y el derrotado se instala en la oposición a fin de convencer al pueblo para que en las siguientes elecciones resulte triunfante. Naturalmente, se puede hacer coaliciones con agrupaciones afines, y se dan las pautas para la colaboración. Esa es la política, viejo.

Como Colombia es el país de las cosas singulares, ahora han resuelto algunos despistados que los partidos que no están en el gobierno de Iván Duque deben volcarse sobre la Casa de Nariño para ingresar de socios a esta administración, y ahí es donde la gente que es menos lerda de lo que piensan algunos, empieza a cuestionar esa movida chueca porque nadie entiende que unos partidos de centro-izquierda como La U y el Liberal pueden acceder a un régimen de extrema derecha como éste que dirige Álvaro Uribe a través del subpresidente Duque.

En cuanto hace al liberalismo, yo no veo cómo un demócrata como se autoproclama César Gaviria puede desear apuntalar a un Gobierno de ideología completamente opuesta a la del partido que él preside, cuando, por citar un ejemplo, el uribismo pretende acabar con el Acuerdo de Paz con las Farc, que es uno de los puntos inamovibles de la enseña roja.

Y desde el punto de vista práctico, ¿qué ventajas sacan el Partido Liberal y La U al apoyar un régimen que hace agua por todos los costados de la nave? El uribismo que cacarea los 10 millones de votos que le puso a Duque, pues que apele a la masa votante para sostenerse y no pretenda que los que no llevan velas en ese entierro, acudan en su auxilio.

El caso de Germán Vargas Lleras requiere los servicios de un psiquiatra pues son incomprensibles las circunvoluciones cerebrales del jefe de Cambio Radical, como no sean los deseos suyos de ganarse la confianza de Uribe para las elecciones presidenciales de 2022. Para dar ese brinco, ya han resuelto decir que tiene con Duque afinidades políticas que lo llevan a pensar en la conveniencia de ingresar al Gobierno para salvar la patria.

Esta conducta del nieto de Carlos Lleras Restrepo era presumible desde sus épocas de vicepresidente de Santos, cuando hizo todo lo posible por torpedear las conversaciones de La Habana, y luego los manejos perversos de su obsecuente servidor Rodrigo Lara en la presidencia de la Cámara, para dinamitar iniciativas tendientes a desarrollar el Acuerdo de Paz.

Por sus obras los conoceréis, como dicen las Escrituras.