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El último grande

Siempre que muere una de las luminarias del cine, dedico este espacio a comentar la vida artística del difunto, en la creencia errónea de que es el último de los grandes que se va.

26 de febrero de 2020 Por: Jorge Restrepo Potes

Siempre que muere una de las luminarias del cine, dedico este espacio a comentar la vida artística del difunto, en la creencia errónea de que es el último de los grandes que se va.

Pero resulta que sobrevivían otros grandes. Así me pasó cuando falleció Laurence Olivier, y después Burt Lancaster, y antes Montgomery Clift, y luego Marcello Mastroianni, y antes, mucho antes, Humphrey Bogart, y Robert Mitchum, y Lee Marvin, y Spencer Tracy, y Yul Brynner, y en México Arturo de Córdova.

Lo que sucede es que cuando a uno Dios le ha permitido acumular tantos años sobre la espalda -ya cansina-, hemos podido observar la trayectoria de estos gigantes de la pantalla, que surgieron a mediados del Siglo XX y que se convirtieron con el paso de los años en íconos del Séptimo Arte. No sé a cuál otro grande olvidé en esta lista estelar, pero los citados fueron, a mi juicio, los referentes de la cinematografía mundial.

Creo que ahora sí le tocó el turno final al último de los grandes: Kirk Douglas, que murió a sus 103 años, en relativa lucidez, luego de sobrevivir a un accidente cerebrovascular que le paralizó parte del rostro.

Douglas fue protagonista en 90 películas, la mayoría excelentes, pues para él daba lo mismo ser un temerario vaquero en Los valientes andan solos, o amante en ese drama de adulterio Vecinos y amantes, con la preciosa Kim Novak.

Pero donde más destacó este hijo de inmigrantes rusos -en realidad su nombre era Issur Danielovitch- fue en las cintas en las que asumía el papel de héroe derrotado, como en El ídolo de barro (1949), con la que se dio a conocer, o en esa perfecta superproducción Espartaco (1960), dirigida por Stanley Kubrick, con guión de Dalton Trumbo, a quien Douglas como productor impuso a pesar de estar en la lista negra del senador Joseph McCarthy, que veía comunistas por todos lados. Trumbo durante años hacía guiones firmados por otros, y así obtuvo dos Óscar.

En Espartaco se reunió lo más granado de los cines gringo y británico. Súbditos de la reina Isabel, Laurence Olivier, Jean Simons y Charles Laughton, y, desde luego, Douglas en el papel protagónico del esclavo tracio que puso a temblar el Imperio Romano.

Las películas más destacadas de Douglas aparte las ya citadas, fueron El gran carnaval (1951); Cautivos del mal (1952); Veinte mil leguas de viaje submarino (1954); El loco del pelo rojo (1956); Senderos de Gloria (1957); Duelo de titanes (1957); Siete días de mayo (1964).

Kirk Douglas, además de actor inmenso, era un atleta, y cuentan las crónicas que pocas veces necesitó doble para las tomas de riesgo, y a las mujeres enloquecía con el hoyuelo en la barbilla y sus ojos azul cobalto.

Nunca obtuvo el Óscar por alguna de sus películas, pero en 1996 la Academia lo premió con uno honorífico por su trayectoria en el celuloide.

Padre de Michael Douglas, que heredó las dotes histriónicas del progenitor pues es uno de los mejores actores actuales, con un Oscar en su repisa, y afortunado cónyuge de Catherine Zeta Jones, también actriz de renombre y muy bella, que aguantó el cimbronazo de que su otoñal marido la acusara de haberle producido el cáncer bucal por practicarle sexo oral, que según Woody Allen no debería llamarse así pues en ese divertimiento de alcoba no se musita palabra.

Adiós, admirado Kirk Douglas. Gracias por tantos momentos inolvidables en la oscuridad de los teatros.

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