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Cerrar el capítulo

A pesar de que algunos violentos amenazan con volver al pasado y pavimentar las carreteras de nuestro país con más muertos, llegó el instante para resistir y recomponer el pacto social.

2 de mayo de 2017 Por: Joan Camilo Bolaños

Hay miradas que hablan. Ellas gritan lo que los labios no se atreven a pronunciar. Algunas veces sólo basta con escuchar cada uno de sus latidos. Inclusive declaman poemas. Su idioma viene desde lo profundo del corazón y hasta acertamos al llamarlas ‘sonrisas’. Dicen que inundan los rostros de los enamorados o, para expresarlo mejor, de los imbéciles que aún no se han dado cuenta de que el mundo se cae a pedazos. Mejor así, ¿no? Pasar por el lado del muerto y ni siquiera enterarse, ¡una maravilla!

Sin embargo, hay unas muchas que están escritas con hierro. Sus páginas están manchadas por todo aquello que no fue; otras más se intuyen arrancadas por algún hijo de puta que quiso defender la democracia, maestro. De estas está plagada la historia. Constantemente, una pesada bota militar las moldeó hasta aplastar sus sueños, ante el inminente peligro de que nuestro amado país se convirtiera en una peligrosa dictadura... como esas que asesinan gente. La verdad es que ya ni pueden dormir.

La de mi viejo era una de esas últimas. El miedo la había forjado con sangre, quizá para que nunca la olvidara. Lo hizo sin que se diera cuenta. Probablemente, la primera marca se la dejó desde cuando niño desayunaba injusticia, almorzaba pobreza y cenaba resignación. Cada tanto pareciera que los hombres tuvieran definido su destino, pero él se resistió. Por eso, decidió entrar a la universidad y, más importante aún, creyó que otro mundo era posible, lo cual lo hizo enrolarse en la Jota. Allí la vida quiso golpearlo con una dosis de realidad. Aunque nunca creyó en el verde-olivo, este, encarnado por uno de los tantos héroes de la patria, grabó con plomo a sus amigos en su memoria y creó las cicatrices más difíciles de borrar: las del alma.

Hoy mi papá tiene la mirada perdida, la misma de quien vio un futuro que le arrebataron. Sus heridas no sanan, lo adivino en su temor: sigue observando de reojo un pasado que viene por él. No olvida a los Chuchos, a los Conrados, a los Jaramillos y tantos otros que algunos miserables prefirieron esgrimir como bandera. En mi juventud, sin saber lo que me confesó tiempo después, le alcancé a recriminar que su generación se rindiera, ahora lo comprendo: su batalla ya la dio.

En este momento, con el inminente fin del Conflicto Armado, se abre la puerta para conocer las atrocidades que han cometido ambos bandos en contienda. Mi viejo sonríe, como se le había olvidado desde que mataron a Pardo Leal, ante la posibilidad de que, por fin, podamos tramitar nuestras diferencias en paz.

A pesar de que algunos violentos amenazan con volver al pasado y pavimentar las carreteras de nuestro país con más muertos, llegó el instante para resistir y recomponer el pacto social. Esta es la oportunidad de conocer una historia que hasta ahora parece contada por la mitad. Es hora de cerrar un capítulo que lleva más de 50 años de sangre. De ahora en adelante, debemos poder sentir y ver desde el otro. La generación de nuestros padres ya luchó y perdió, hoy nos corresponde a nosotros intentarlo.

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